Piotr agradecía su buena fortuna. Su esposa era tan sabia como hermosa; la amaba, y ella a él. Pero Marina nunca hablaba de su madre y él no le preguntaba. Su hija, Olga, era una niña normal y corriente, guapa y obediente. No necesitaban otra y mucho menos una heredera de los supuestos poderes de una abuela extraña