No había entre los miles y miles de hombres existentes, ninguno que me ayudase o se apiadase de mí; ¿y debía sentir yo amabilidad hacia mis enemigos? No; desde aquel instante, declaré la guerra eterna a la especie; y sobre todo, a aquel que me había formado para hundirme en esta insoportable desventura (Shelley, 2007, 184).