Las enfermedades infecciosas han estado a punto de extinguir a Homo sapiens en varias ocasiones a lo largo
de la historia, de la misma manera como han participado en la desaparición de otras 31 especies animales de la Tierra y amenazan la existencia de 223 adicionales. Los patógenos humanos pueden ser parásitos, hongos,
bacterias, virus o priones, pero las especies que nos infectan son minoría. La gran mayoría de los miembros del mundo microbiano del planeta está representada por cohabitantes inocentes, tan esenciales para la vida que,
como en el caso de la microbiota humana, superan por un orden de magnitud el número de células eucariotas
que conforman nuestro cuerpo.
La implicación más notoria del reconocimiento científico de la microbiota como un órgano esencial para
la vida es que de su delicado equilibrio ecológico depende su función fisiológica, y dicho equilibrio, que empieza
a estructurarse con el paso por el canal del parto, se afecta si nuestra madre recibe sustancias antimicrobianas
cuando estamos in útero, si nacemos por cesárea, si nos bañan con jabones antimicrobianos, si se restringe
nuestra exposición al medio ambiente, si crecemos sin mascotas, o si nuestra anatomía es alterada por intervenciones médicas. A diferencia de cualquier otro grupo de medicamentos, los antimicrobianos matan en forma indiscriminada un número y variedad incalculables de miembros de la microbiota independientemente
de lo acertado de su prescripción, y su impacto es similar al de la tala de un bosque nativo en el sentido de que se afecta todo el ecosistema, a veces con consecuencias irremediables