Una naturaleza velada, intuida por todos, de distintas maneras, en el trino de un pájaro, en la plenitud de la música, o en los geranios que mi mujer y yo compramos ayer de camino a casa y que esta mañana florecieron. Todos generan un tipo especial de atención o de mirada, la de Freud, la de Goethe, la de todos los mortales, se dediquen o no a los libros, las partituras o los cuadros. No importa la genialidad, porque esa fuerza que surge rompiendo las redes del narcisismo que nos vimos obligados a construir para ser nos permite llegar a ser o, mejor dicho, nos permite llegar a no ser, siendo. Es entonces, en ese no-ser, donde surge el acogimiento, la no-culpa, el perdón de todo, el perdón de una espiritualidad suficientemente buena que, así como el aire sostiene al pájaro que vuela, nos sostiene a nosotros, nos-otros, en una no-dualidad, que es comunión y plenitud. Entonces, soy.