Una marea de animales muertos se extendía frente a mí, llenándolo todo: ovejas, vacas, caballos, gallinas, cabras… Todos llevaban la marca del Gobernador. Eran sus animales, sus rebaños, y se habían ahogado. Los cuervos ya estaban dándose un festín.
¿Aquello era obra de Pablo y de sus cómplices? No podía creerlo. Mis rodillas cedieron, y dos fuertes y rudas manos me agarraron por los hombros y me arrastraron de vuelta a través de la muchedumbre.