Sí, esas notas que tomé existieron, tenía un cuaderno de verdad, pero no superaron las veinte líneas. Sentía mucho miedo, escribir era extremadamente peligroso. El hecho mismo de escribir se consideraba sospechoso. No era una cuestión de notas, sino de la voluntad de tomar notas, teniendo lápiz y papel a mano y queriendo transmitir a mi madre, a mi hermana, a los míos la experiencia inhumana que estaba viviendo; pero no había notas porque sabía que no hubiera podido conservarlas. Era algo materialmente imposible. ¿Dónde guardarlas, en qué escondite? ¿En el bolsillo? No teníamos nada, nos cambiaban las sábanas sin cesar, nos cambiaban también las ropas, no había ningún medio de guardar nada. Sólo contaba con mi memoria.