luzmar

La esperanza es más fuerte que el miedo. Es más fuerte que el odio.

La esperanza es más fuerte que el miedo. Es más fuerte que el odio.

—No soy la ma­yor fa­ná­ti­ca de la sang­re —admi­tí.

Me mi­ró con curiosidad, co­mo si hu­bi­era dic­ho al­go di­ver­ti­do. —Inte­re­san­te.

—Lo si­en­to. Pa­re­ces un homb­re ocu­pa­do, y es­toy se­gu­ra que te he ar­ru­ina­do to­da la noc­he.

—Bebe tu so­da, kot­yo­nok

De es­pal­das a él, di­je —Espe­ro que los tu­ris­tas ata­ca­dos no ter­mi­nen a me­nu­do en tu pu­er­ta, por­que es­to se es­tá con­vir­ti­en­do en una emp­re­sa muy cos­to­sa

El co­ra­zón me la­tía en la gar­gan­ta, la sang­re cor­ría por la su­per­fi­cie de la pi­el, y en­ton­ces, lo hi­ce.

Me di la vu­el­ta y lo be­sé, en me­dio de la fra­se

—¿Su­eles be­sar así a tus ci­tas?

Entonces, ¿era una ci­ta?

Sacudí la ca­be­za de nu­evo y di­je sin ali­en­to —Tú eres el pri­me­ro

—Si­emp­re me ha gus­ta­do lle­gar pri­me­ro

—Joder —di­jo con voz ron­ca cont­ra mis la­bi­os—. ¿Vas a ve­nir­te sob­re mí, kot­yo­nok? —

Mi­ran­do pri­me­ro la bol­sa, son­reí. El de­sa­yu­no. Al ab­rir la ca­ja, en­cont­ré una ta­rj­eta.

No re­ga­les es­te.

—Ronan

—No de­ben en­se­ñar auto con­ser­va­ci­ón en Mi­ami