Los chasquidos arreciaron y aquello se tornó en una aterradora batalla campal. Aullidos, ruidos amenazantes, gritos largos y desesperados se mezclaron al unísono. Yinger supuso que los lobos se habían unido al festín y su cuero cabelludo se estremeció. Lanlan dijo que los chacales y los lobos tal vez luchaban por la presa, pero los primeros eran mayoría y seguramente, como premio por haberlos retado, se comerían a los lobos.
Aquellos insoportables aullidos subieron de volumen hasta que, de pronto, estallaron ahuyentando incluso las estrellas. Los ruidos crecían cual enorme torbellino, silbaban en la arena, la sacudían, la revolvían. De repente, un mordisco sordo sacudió el espacio, le siguió un quejido ronco, estruendos intermitentes venían y se alejaban. Yinger casi podía ver cómo las jaurías de chacales y lobos, enseñando sus colmillos, reían mientras se perseguían.
Para el cuento de Tolomeo