Kiera Cass

Solo sé que te quiero a ti. Y eso me aterra.

Nuestras miradas se cruzaron por un momento, y yo sabía que, a sus ojos, ya no podría pasar desapercibida nunca más.

Me habría gustado que me hubiera dicho que para ella ya era especial, como lo era para mi padre. Pero supuse que ella nunca dejaría de desear algo más para mí, algo más de mí. Quizá fuera algo típico de las madres

no pueden quitarte algo si en realidad no lo quieres

Había oído decir a mi madre que el primer amor es el que llevas contigo toda la vida.

Miré mi frasco. Lo cogí y vi cómo se deslizaba el céntimo por la pared de vidrio, tan solo en el mundo.
—Como yo —murmuré—. Como yo.

Justo entonces crucé una mirada con él y le guiñé el ojo. Aquella tontería bastó para que sonriera.

Me quedé pensando en aquello, en que todas sabíamos cosas diferentes, o que teníamos que hacer cábalas sobre la verdad. ¿Por qué no nos daban libros de historia?

—Humm… ¿Por qué no nos dan todo esto en un libro, para que podamos estudiarlo? —dijo, dejando entrever un leve rastro de irritación.
Silvia sacudió la cabeza.
—Queridas niñas, la historia no es algo que debáis estudiar. Es algo que simplemente deberíais saber.
—Y que, evidentemente, no sabemos —me susurró Marlee, girándose hacia mí.

—Una cosa que debes aprender en esta profesión es a parecer tranquilo cuando no lo estás. Sonríe, America, por favor.