Santiago Beruete

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    Pronto veremos cómo su condición de lugares de ensueño y delicias los aproxima a la utopía y los convierte en una herramienta crítica para analizar los sueños de perfección social
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    Y en este sentido es también un documento de la singularidad de una cultura y un lugar, si bien desde Walter Benjamin3 sabemos que todo documento de civilización lo es también de barbarie.
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    El hecho de que los seres humanos se empeñen en convertir un trozo de tierra en un edén evidencia su necesidad de paz, serenidad y equilibrio, sometidos como están a la permanente contradicción entre su destino mortal y su vocación de permanencia, entre su deseo de orden y su temor al caos, entre el poder de su razón y el desorden de sus instintos. E
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    El hecho de que los seres humanos se empeñen en convertir un trozo de tierra en un edén evidencia su necesidad de paz, serenidad y equilibrio, sometidos como están a la permanente contradicción entre su destino mortal y su vocación de permanencia, entre su deseo de orden y su temor al caos, entre el poder de su razón y el desorden de sus instintos. E
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    El hecho de que los seres humanos se empeñen en convertir un trozo de tierra en un edén evidencia su necesidad de paz, serenidad y equilibrio, sometidos como están a la permanente contradicción entre su destino mortal y su vocación de permanencia, entre su deseo de orden y su temor al caos, entre el poder de su razón y el desorden de sus instintos. E
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    Coincidimos plenamente con Rosario Assunto cuando escribe: “La relación del hombre con la naturaleza no es otra cosa que filosofía, una filosofía cuyo objeto de pensamiento es, podemos decir, el paisaje, y cuya exposición en términos no conceptuales, sino estéticamente objetualizantes, es el jardín”.1 No está de más llegados a este punto recordar que la voz “cultura” tiene la misma raíz que “cultivo”.2 De igual manera que labrar la tierra implica dar forma al entorno físico con el propósito de obtener unos frutos, la cultura transforma la realidad para dotarla de sentido.
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    Abordando el tema desde otro ángulo, un jardín es también una imagen del universo a escala humana, un cosmos en miniatura, limitado y manejable, una representación simbólica de la realidad
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    Este es el deseo tan a menudo manifestado por los artistas; el torrente del mundo en un ‘ápice de materia’ (Cézanne) o, en palabras de Joyce, ‘all world in a nutshell’”.5 John Dixon Hunt, por su parte, lo expresó así: “La ambición de un jardín es representar dentro su mundo, y es su capacidad de conseguirlo sobre lo que fundamos nuestro juicio crítico”.6
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    El paisaje no menos que el jardín es el resultado de la acción humana, de la modificación persistente de una naturaleza que va camino de desaparecer.
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    Lo interesante es que, como dice Tuan, los jardines no solo estimulan nuestras ansias de habitar un mundo mejor, sino también nuestras fantasías escapistas. Y esta nostalgia del paraíso que subyace incluso en el más humilde jardín encierra una nostalgia de los orígenes, y en este sentido es una nostalgia espiritual.
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