Marta Morros Serret

Cuando Tomo se echó a sollozar como un niño pequeño, Mumei, que hasta entonces dormía plácidamente, también prorrumpió en llanto. La longitud de onda de ambas voces era idéntica, como la de dos hermanos que se pelean y se ponen a llorar a la vez cuando los regañan.

El tiempo de vida de las palabras era cada vez más corto

correr a lo novia a la fuga». Se había empezado a decir así a modo de broma porque, al correr, la presión arterial baja como si hubiera una fuga en el corazón y, rápidamente, esa expresión que se puso de moda quedó como un término establecido

El transcurso del tiempo queda marcado en forma de anillos en el interior de los árboles y arbustos, pero ¿qué forma toma en el interior de nuestros cuerpos? La experiencia en la vida no se ensancha en forma de anillos ni se dispone ordenadamente en fila, sino que parece más bien el caos de un cajón que nunca se ha ordenado.

Convencido de que tenía buen gusto, había invertido tiempo y dinero en ir de compras para presumir, pero con el tiempo había dejado de creer que la individualidad en la que nos cobijamos se cimente en los gustos personales. Escoger bien los zapatos seguía siendo importante para él, pero ya no elegía el calzado como una manera de reafirmar su identidad.

Como Yoshiro no era capaz de prever qué le deparaba a Mumei el destino, lo único que podía hacer era vivir el día a día con los ojos bien abiertos para que en el presente el suelo no se hundiera bajo sus pies.

Si le daba tos, se limitaba a toser, y si la comida le subía por el esófago, se limitaba a sacarla. Sin duda sentía el dolor, pero este era puro. No se lamentaba por tener que pasar por eso como solía hacer Yoshiro. Quizá era un don que se había concedido a la generación de Mumei. Su bisnieto no sabía lo que era compadecerse de uno mismo.

La novela en cuestión se titulaba El emisario y era su primer y último intento de novela histórica.

pensó que en la sociedad llegaría un día en que dejarían de existir ciertas cosas como, por ejemplo, los coches.

Lo único que él pretendía era vivir con su bisnieto. Para ello, debía ser flexible tanto mental como físicamente. Debía tener el coraje de poner en duda todo lo que había considerado correcto a lo largo de sus más de cien años. Tenía que deshacerse del orgullo como quien tira un abrigo para ir ligero. En el caso de que le invadiera el frío, en lugar de comprarse un abrigo nuevo sería mejor idear un modo para que le creciera un pelaje ceñido al cuerpo como el del oso.