Alyson Richman

Lucie no era ninguna belleza. Era como una arista trazada por un arquitecto: toda ella líneas rectas y ángulos.

Pero como oscura ninfa del bosque tomada de las páginas de algún antiguo cuento de hadas, Lucie poseía una magia propia.

Fue la primera vez que escuché que mi madre hiciera una comparación entre las dos y puedo afirmar que, como niña con el oscuro cabello y pálidos ojos que se asemejaba más a su padre que a su elegante madre, la emoción de que las dos compartiéramos algo me llenó de alegría el corazón.

No había experimentado un deseo tan intenso por capturar lo que me rodeaba desde aquellos primeros meses en que Josef y yo nos estábamos enamorando y todo lo que quería hacer era pintar con una paleta de rojos y naranjas.

—No tienen nada estos chiquitos —nos decía mamá—, y, sin embargo, en algún momento del día logran reírse o inventar algún juego entre ellos.

En mi vejez he llegado a creer que el amor no es un sustantivo, sino un verbo, una acción.

Si colocas un rayo de sol entre las palmas de tus manos, se convierte en sombra; si atrapas luciérnagas en un frasco, mueren. Pero si amas como si tuvieras alas, siempre sentirás la emoción de estar suspendido en pleno vuelo.

«¿Cuántas personas de mi departamento y en el Lautscher les dieron materiales en secreto para lograr esto?»,

Ahora está pintando con mayor velocidad. Su muñeca viaja por el lienzo con la velocidad de alguien que patina sobre hielo.

Con mis propios ojos he experimentado el milagro de la vida, la complejidad de la gestación y, de todos modos, creo que algo tan perfecto como lo es un bebé no puede crearse sin la asistencia de Dios.