Monchi Mesa

Ahí está, me muero con un gusto a jugo en la boca. Hice el amor como nadie, nunca.
Hice el amor así, dos veces. Cuatro, porque éramos tres.
El resto, que le importe a otro.

–Ya está, me morí. Nadie va a poder decirme nada. Hice lo que quise, y cuando no pude más, cuando no fui feliz, morí.

A mi mamá la quiero, aunque la dejo. La quiero, y si me es posible, si me muero, desde algún lugar, voy a tratarla con cuidado. El resto, que le importe a otro.

Ella se calla, porque le da vergüenza seguirse enojando. La mayor de las virtudes femeninas es la gran vergüenza. A una mujer desvergonzada no la soporta nadie.

Nada hay que robarle al fuego. No vale la pena quitarle algo. Es hambriento y va a buscarlo.

Pero existo porque tengo un rifle, no tengo miedo a nada, solo el rifle y una sensación. Si te mato, me llevo lo más hermoso, me llevo, en tu caballo, a los búhos.

El sol puede seguir rodando alrededor de la tierra, el tiempo en que uno no temía ya pasó. Ahora, si mata, en la mano le da un gran calambre. Temor. En las piernas, una tristeza grande, una agonía. La cabeza late. El corazón se infla y se desinfla. Y en el estómago se detiene entera toda la vida. La boca comienza a balbucearnos algo.

Yo estoy enamorado de dos mujeres, y a las dos las amo a la vez, no en dos veces.
Mi fuerza alcanza para tanto. Y mi desprecio alcanza para matar a todos.

Me iba a ver si pasaba algo. Por suerte, no pasaba nada nunca. Se sentía un olor, pero en la oscuridad no tenía sentido comenzar a mirar o preocuparse.

Es verdad que yo sonrío, para qué voy a ocultar. Estoy esperando parado en un lugar, se me ocurre un motivo y sonrío. Pienso en algo y sonrío. La verdad, encuentro siempre risa en algo.