Cuando ya me iba, me besó en el umbral. «¿Esto es lo que querías?», preguntó, y apenas pude contener un sollozo salado. Estaba borracha, pero no lo bastante. Fue la peor de las humillaciones, que me vieran de ese modo, deseando sin ser deseada. No podía permitirme llorar delante de él, así que lo hice de camino a casa, en medio de un frío espantoso, a las cuatro de la madrugada, con mis pantalones blancos relumbrando en la oscuridad como faros alargados