La mano que cura

«La escribiré con sangre
con tinta sangre del corazón».

Lo sé como se saben las cosas verdaderas, con el vientre.

Es como si las tres hubiéramos decidido que el silencio es la única posibilidad para asumirnos por el momento y lo buscáramos de maneras distintas.

Vi que todo lo que va a ser ya fue. Y que todo lo que ya fue está siendo siempre.

Así nos vamos yendo, existiendo como sea, como se pueda, en los días que siguen a la muerte, en las semanas, en medio del tiempo que ha perdido todo sentido pero que sigue pasando.

Eso es la culpa y el silencio de ustedes, que va cogiendo la forma de su papá porque él es a quien ustedes lloran. Pero si se descuidan, eso se las va a tragar, niña. Oiga.

Sin conocer del todo los poderes, supiste darle la cura de tu mano.

Una mano cura y la otra mano mata, dice. Las dos juntas son los poderes, los invocan, los contienen, los moldean como barro. Ninguna es buena ni mala, porque a veces la cura es una maldición y a veces la muerte es bienvenida.

Es que llevo días sintiendo que una culpa pegajosa me atraganta cada vez más; de pronto sea eso lo que se arrastra siempre atrás de mí, eso que trae la peste a donde quiera que voy y que hace que las matas se sequen y el polvo se asiente.

Los ecos de la muerte permanecen en nuestro mundo, están por todos lados, mezclados con la vida, y las plantas lo saben