Inquisiciones peruanas

Monumenta Peruana (Roma, 1966).

Descubrí la mayoría de estos procesos investigando para una tesis doctoral que nunca presenté, aunque entonces me pareció que carecían de toda importancia histórica y académica.

Por lo tanto, con esta edición definitiva de Páginas de Espuma doy por cerrado este libro, pues cada día se me pone más contemporáneo y no quiero que pierda su rancio perfume colonial.

Que si uviera de auer infierno, auía de ser para los reyes y poderosos, para clérigos y frayles, que se sustentan del trabajo ageno. Que no se deuía comer carne ni sangre, sino yeruas,

Y que los tales médicos christinos solamente comerían yerua y que curarían sin cobrar...

Maravillados por las revelaciones del mulero burlador, los miembros del santo tribunal no volvieron a preguntar ni por la poligamia, ni por las blasfemias, ni por la suplantación sacerdotal, ni por los pactos implícitos o ex­plícitos con el demonio, pues los comisarios sólo que­rían saber «si hera uerdad que las mugeres perdían el seso por los ministros de Dios»:

Sometido a tormento por blasfemia, temeridad y falsa consagración, Matías Aimar se acusó de poligamia y reconoció haberse casado cinco veces «sin contar recreos de pasajera sensualidad».

Sabiéndose perdido porque podía ser condenado por hereje, temerario y arrepticio, fray Antonio de San Ger­mán confesó que sus revelaciones eran fingidas y que todos sus embustes y engaños los hizo con achaque de socorrer a mujeres necesitadas que luego le correspondían con «caricias y deleites propios de las deshonestidades de la carne», testimonio que reconfortó a los calificadores del Santo Oficio porque significaba que fray Antonio de San Germán no era ni alumbrado ni codicioso, sino apenas un pecador más de la muchedumbre de frailes incontinentes, fornicarios y solicitantes.

O al menos assí lo tenía asentado en sus libros de contadurías, de donde se colige que por un sitio en el choro de los serafines pedía çien pessos.

A pesar de tener orden de búsqueda y captura «por todas las Indias, Tierra Firme y Mar Océano», fray Francisco López Lanzas nunca más volvió a aparecer ni vivo ni muerto, de donde los comisarios coligieron que el prodigioso escapista cordobés «no huía de los hombres, sino de Dios».