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Philip K.Dick

El Hombre En El Castillo

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  • Enrique Cuellarciteerde uit7 maanden geleden
    La muerte en todos los momentos, una avenida que estaba abierta para ellos, en cualquier sitio. Y eventualmente la habían elegido, a pesar de sí mismos
  • Enrique Cuellarciteerde uit8 maanden geleden
    los productos manufacturados norteamericanos no servían para nada sino como modelos de talismanes baratos.
  • Enrique Cuellarciteerde uit8 maanden geleden
    Ese chiste a propósito de los contactos alemanes en Marte. Marte poblado de judíos. También los verían allí: judíos bicéfalos, quizá, de treinta centímetros de altura.
  • Enrique Cuellarciteerde uit8 maanden geleden
    –¿No es acaso cierto -dijo el señor Tagomi- que ningún hombre ha de ser instrumento de las necesidades de otro?
  • Enrique Cuellarciteerde uit8 maanden geleden
    No un hombre aquí, un niño allá, sino una abstracción, la raza, la tierra. Volk. Land. Blut. Ehre. No un hombre honrado sino el Ehre mismo, el honor. Lo abstracto era para ellos lo real, y lo real era para ellos invisible.
  • zafiroboliviaciteerde uit2 jaar geleden
    Los odios intestinos. Quizá las semillas estaban allí, en eso, se dijo Wegener. Se devorarían unos a otros, y el resto quedaría con vida diseminado por el mundo, aquí y allá. Un número suficiente como para edificar, confiar y hacer planes, pocos y simples.
  • zafiroboliviaciteerde uit2 jaar geleden
    No podían hacer otra cosa que tener esperanzas, e intentar algo.
  • zafiroboliviaciteerde uit2 jaar geleden
    Cualquier cosa que pase será siempre de una espantosa malignidad. ¿Por qué luchar entonces? ¿Cómo elegir si no hay alternativa?

    Evidentemente irían adelante, como siempre hasta ahora, de día en día. En este momento trabajaban contra la operación Diente de León. Más tarde, en otro momento, trabajarían contra la policía. Pero no podían hacerlo todo a la vez; era una secuencia, un proceso que se desplegaba. Para que el fin no se les escapase de las manos tenían que elegir cada vez que daban un paso.
  • zafiroboliviaciteerde uit2 jaar geleden
    El metal procede de la tierra, se dijo el señor Tagomi, de abajo, del reino interior, el más denso. El país de los gnomos y las cavernas, húmedo, siempre oscuro. El mundo yin, en su aspecto más melancólico. Un mundo de cadáveres, podredumbre y colapso. Un mundo de heces. Todo lo que ha muerto y vuelve atrás desintegrándose capa por capa. El mundo demoníaco de lo inmutable; el tiempo-que-fue.

    Y sin embargo, a la luz del sol, el triángulo de plata resplandecía. Reflejaba la luz, el fuego, pensó el señor Tagomi. No era de ningún modo un objeto oscuro, húmedo, ni tampoco pesado, fatigado; palpitaba de vida. El reino elevado, el yang, el empíreo, lo etéreo, como correspondía a una obra de arte. Sí, esa era la tarea del artista: tomar el mineral de la tierra silenciosa y oscura, y transformarlo en una forma celeste, que refleja la luz.

    El triángulo traía vida a los muertos; los cadáveres se encendían animándose; el pasado había cedido ante el futuro.
  • zafiroboliviaciteerde uit2 jaar geleden
    El certificado y el encendedor le habían costado una fortuna, pero valían la pena, pues le permitían probar que tenía razón que la palabra "falsificado" no significaba nada realmente, pues la palabra "genuino" tampoco tenía sentido.
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