Arte

MARCOS: Has dicho modernísimo, como si moderno fuera el non plus ultra del halago. Como si, hablando de algo, no se pudiera llegar a más, lo máximo, lo más alto: moderno.

No se puede detestar lo invisible, no se detesta lo que no existe.

No deberíamos jamás dejar a los amigos sin vigilancia.

¿Y tú, Sergio, qué vales como amigo, qué clase de amigo eres tú, que no reconoces a tu amigo como superior a ti?

Y por qué le hablas de nosotros?
MARCOS: Te prohíbo que le hables de mí a es

a risa, no soy yo la egoísta, Iván, aún te queda mucho que aprender de la vida, anda, mi niño, vete, vete con tus amiguitos...
Silencio.

SERGIO: Bien, escucha, no vamos a dedicar todo el día a este tema, la vida es breve... Por cierto, ¿has leído esto? (Se apodera de La vida feliz de Séneca y lo tira sobre la mesita que está situada delante de MARCOS.) Léelo, es una obra maestra.
MARCOS coge el libro, lo abre y lo ojea.
Modernísimo. Si lees eso, no necesitas leer nada más. Entre la consulta, el hospital, Paqui que ha decretado que tengo que ver a los niños todos los fines de semana –nueva teoría de Paqui, los niños necesitan a su padre–, ya no me queda tiempo para leer. Estoy obligado a ir a lo esencial.

SERGIO: Te das cuenta de que sólo hablas de ti.

IVÁN: ¡¿Y vosotros de qué habláis?! ¡Todo el mundo habla de sí mismo!

IVÁN: El cuadro, no me gusta..., pero tampoco lo detesto.

MARCOS: Claro. No se puede detestar lo invisible, no se detesta lo que no existe.

Aunque Iván es un muchacho tolerante, y eso en materia de relaciones humanas es el peor de los defectos.