Devoción

corazón que titila, corazón que tiembla

Tengo la sensación de estar siempre ardiendo.
–¿Qué quieres decir?
Thea meneó la cabeza.
–Como si la profundidad de mis sentimientos por ella me consumiera.

«Este ya no es tu sitio –me dije–. Te han reclamado otras mareas.»

Thea, en cada encarnación, donde quiera que ha residido mi alma, te he querido, te quiero, siempre te querré. Si un día la tierra arde, me encontrarás en la ceniza. Si el mar se seca, búscame en la arena. Dedos que escriben eternamente tu nombre en ceniza, en arena, una y otra vez en un páramo de amor.

Quería odiarlo, pero no conseguía sentir algo tan simple. Apenas era capaz de sentir alguna cosa por él. Solo pensaba en mí, toda huesos rotos y agua de llanto.

–Siempre digo que del cerdo solo se desperdician los chillidos –

Yo me rompía en pedazos. Me estaban descuartizando. El mar entraba a raudales.

supe que había una tormenta bajo su piel.

–«Porque lo que al presente es momentáneo y leve de nuestra tribulación, nos obra un sobremanera alto y eterno peso de gloria. No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven: porque las cosas que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas.»

–Hanne –susurró–. Hanne, esto es lo que siento cuando pienso en ti. Un fuego que se cierra sobre sí mismo.