Momo

Pero en un punto estaban todos de acuerdo: en ningún otro lado se podía jugar como con Momo.

Y quien ahora siga creyendo que el escuchar no tiene nada de especial, que pruebe, a ver si sabe hacerlo tan bien.

Algunas cosas necesitan su tiempo, y tiempo era lo único que Momo tenía de sobra.

Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante a su manera, para el mundo.

Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única.

Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar

Así comenzó la amistad entre la pequeña Momo y la gente de los alrededores.

Siempre tenía algo que comer, unas veces más, otras menos, según fuesen las cosas y según la gente pudiera prescindir de ellas. Tenía un techo sobre su cabeza, tenía una cama, y, cuando tenía frío, podía encender el fuego. Y, lo más importante: tenía muchos y buenos amigos.

La gente estuvo discutiendo mucho rato, y al final estuvo de acuerdo. Porque aquí, pensaban, Momo podía vivir igual de bien que con cualquiera de ellos, y todos juntos cuidarían de ella, porque de todos modos sería mucho más fácil hacerlo todos juntos que uno solo

entiendo —dijo un hombre viejo, y asintió.

Y los demás también lo entendían y asintieron.

—Está bien —dijo una mujer—. Pero todavía eres muy pequeña. Alguien ha de cuidar de ti.

—Yo —contestó Momo aliviada.

—¿Ya sabes hacerlo? —preguntó la mujer.

Momo calló un rato y dijo en voz baja:

—No necesito mucho.