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Margaret Drabble

Un día en la vida de una mujer sonriente

  • Leida Castellanosciteerde uit3 jaar geleden
    ¡Qué rabia debió de apoderarse de ella, justo antes de morir, al imaginar cuánto cariño recibirían los demás por su muerte, mientras ella se pudría en su tumba!
  • Leida Castellanosciteerde uit3 jaar geleden
    porque ni la tragedia ni el amor son posesiones humanas: no se asignan, sino que impregnan el aire. En realidad, son un telón de fondo, como los pinos, y no hay nadie que no viva en esas condiciones en perpetuo movimiento, de suerte que en realidad las penas de la mujer eran también las suyas, y las de todos.
  • Nat Cabildociteerde uit3 jaar geleden
    Lo que más pena le daba de todo aquello era que sus propios hijos nunca serían conscientes de la intensidad de su amor, de la profundidad de su preocupación por ellos. Era completamente imposible verbalizar la naturaleza de sus emociones. A un amante se le podían explicar esas cosas, pues al menos los amantes, desgarrados por la muerte, saben que el otro, a punto de morir, ha pensado en términos de amor. Para un amante, la muerte no tiene por qué significar rechazo y abandono. Sin embargo, para un hijo no puede significar otra cosa: ningún hijo puede saber cuánto se le quiere. Su mente jamás podrá abarcar la insondable pasión adulta
  • Nat Cabildociteerde uit3 jaar geleden
    Varios años atrás, justo cuando empezó a ganar dinero de verdad, se planteó hacerse un seguro, por el bien de los niños. Y eso fue lo que hizo. No se limitó a pensarlo, sino que lo puso en práctica. Era de ese tipo de mujeres. Así pues, no tenía que preocuparse por el futuro económico de sus hijos
  • Nat Cabildociteerde uit3 jaar geleden
    Ella había aceptado eso, en cierto sentido, pero seguía creyendo que su presencia era útil, aunque solo fuese porque a veces se las apañaba para explicar o defender alguna acción o a algún individuo concreto, en los que, de lo contrario, no se habría reparado siquiera. Había comprendido por qué los demás se comportaban así: casi todos eran mayores que ella, habían crecido en un mundo en el que se prosperaba siempre bajo la protección de un padrino, y les había ido bien. Eran gente amable, bienintencionada, cosmopolita, entretenida, cínica y quizá un poco tímida. Jamás se habrían atrevido a hacer tambalear la calma que reinaba a su alrededor, y mucho menos una de la que ellos disfrutaban
  • Nat Cabildociteerde uit3 jaar geleden
    Él no era nada aficionado a las fiestas exclusivas, y, por regla general, ella tampoco. Preferían emborracharse mucho y discretamente en casa, entre amigos: esa era su forma de vida social predilecta
  • Leida Castellanosciteerde uit3 jaar geleden
    Hacen falta dos personas para separarse, al igual que hacen falta dos personas para amar.
  • Leida Castellanosciteerde uit3 jaar geleden
    De alguna forma, casi le alegraba volver ahí, descubrir hasta qué punto todo había muerto. No vio su fantasma allí. Un año después de su separación aún lo veía en cada esquina, en cada coche que pasaba, en las formas de cabezas y manos y movimientos, pero ahora ya no se lo encontraba en ningún sitio, ni siquiera en ese local. Y, durante todo ese tiempo, en el que ella creía verlo por doquier, también imaginaba que él la recordaba. Esos fantasmas falsos habían sido, en cierto modo, las sombras proyectadas del amor de él, pero ahora sabía con certeza que ambos se habían olvidado.
  • Leida Castellanosciteerde uit3 jaar geleden
    La forma en que trataba esas cartas no le dejó lugar a dudas: aún estaba cautivado por los primeros cinco minutos del amor, ese intervalo breve, indefinido y trepidante que llega antes de la cotidianidad, el cariño, la desilusión, la podredumbre y el declive.
  • Leida Castellanosciteerde uit3 jaar geleden
    Y es que, cuando el amor la atormentaba, también ella encontraba un bálsamo en la repetición de ciertas acciones pequeñas y necesarias: lavar tazas, vaciar papeleras, atarse las medias, recordar que era hora de comer.
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