La materia orgánica y las ideas caminando en direcciones opuestas y, al mismo tiempo, al mismo lugar: el paso del tiempo, la vejez, el libro que es sabio y tonto a la vez, móvil y deshojado. ¿Seré algún día su espejo?
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Me pregunto si mi papá pudo encontrar reposo cuando mi abuelo murió. Entre las terribles circunstancias que vinieron luego de su muerte, suena difícil. Cuando Juan Manuel murió, me fue arrancado un pedazo de mundo, pero nadie me jaló el tapete en el que estaba parada hasta ese día. Pude pagar la renta el siguiente mes, la gente a mi alrededor fue comprensiva. En el trabajo me dieron permisos y apoyo. En el funeral estuvieron mi familia y mis amistades más queridas y se quedaron a mi lado por mucho tiempo. Mi novio de ese entonces me abrazó durante las noches de ataques de pánico, dos amigos hermosos nos ayudaron a mí y a mi hermano a desalojar la casa de mi papá y la hicieron de sommeliers de libros para ayudarme a enfrentar la gran hecatombe de libros vendidos al ropavejero. Mi mamá, como siempre. A ustedes, mi cariño eterno y un shandy pascalizado.
Mi papá se quedó huérfano de padre a los diez años, lo que significó inestabilidad económica extrema, un cambio de clase social súbita, el rechazo de una parte de la familia del padre. Quiero parar un momento para pensar quién y por qué se atrevería a acrecentar el dolor de una familia que acaba de perder a un miembro fundamental expulsándole de la seguridad de tener una casa. Quisiera poder viajar en el tiempo a esa casona en Tacubaya y enseñarle a ese niño al que se le exigió tanto que había un camino distinto para hacer y vivir. Y para darle un golpe en la cara al tal Marcelino.
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Qué temple de mi abuela para continuar a pesar de todo, de lograr construir otra casa en otro sitio con sus tres hijos, uno muy pequeño, y su hija, desde siempre muy rebelde. La belleza de la vida que crece en torno al gran agujero de la muerte.
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Ahora busco también entre los vivos aquello que no me dan los recuerdos de un muerto ni los libros de su biblioteca. Alfonso me cuenta que sólo una vez vio llorar a Pascal. Poco tiempo después de haberse divorciado, mi papá se quedó sin algunos dientes. No sé cuántos le quitaron en total, pero sí que al menos varios frontales perdieron la batalla contra el dentista. Como era muy caro hacerse un implante, mi papá pidió que le hiciera un remiendo con resina. La primera vez que lo vi así fue en un festival en el Zócalo y aún recuerdo la gran conmoción que me causó verlo.
El envejecimiento de los padres es algo para lo que ninguna progenie está preparada