Las novelas y relatos nos brindan una falsa pero reconfortante sensación de orden y forma. Es como si alguien moviera todos los hilos de la acción, conociera el orden y el desenlace, qué escena viene después de qué otra. El libro verdaderamente audaz, tan audaz como desolador, sería aquel en que todas las historias, las que sucedieron y las que no, flotaran en el caos primigenio a nuestro alrededor, donde aullarían y susurrarían, implorarían y reirían, se encontrarían y se perderían en la oscuridad.
El final de una novela es como el final del mundo, conviene retrasarlo.