Cuando una cara familiar apareció en la pantalla, mi pulso se detuvo. Y cuando las palabras Oscar Pérez seguidas de fue asesinado de un disparo frente a su apartamento, pasaron por los labios rojo rubí de la reportera, me ahogué con mi cereal.
No habían pasado ni diez segundos, antes de que: —¡Hijo de la puta! —Salió de la oficina de mi padre.