Había llamado imperfecto a David, algo que él nunca le perdonaría, ni ella tampoco. Pero no había tenido más remedio que emplear dicha palabra, se dijo Tally a sí misma. Cada segundo contaba, y ninguna otra cosa habría servido para obligarlo a marcharse con tanto poder de convicción. Tally había tomado ya una decisión.
—Cuidaré de ti, Zane —dijo.
Zane abrió los ojos apenas un resquicio y sonrió débilmente.
—Espero que no te importe que haya fingido quedarme dormido ante semejante situación.