—Oye. —Entró detrás de mí, rodeando mi pecho con sus brazos—. No digas cosas malas sobre mi esposa.
—Es verdad... —Espera. ¿Dijo esposa? —. ¿Acabas de decir esposa?
—Sí.
—Pero dejaste de proponer matrimonio.
—¿Lo hice?
Con su duro pecho contra mi espalda y un brazo atrapándome con fuerza, utilizó el otro para sacar algo de su bolsillo. Era mi anillo.
Me hizo girar y se arrodilló. —¿Quieres casarte conmigo?
—Sí