La joven y un caballo representaban las dos razas de constructores que iniciaron la tradición de la futura metrópolis, ambos podrían servir como emblemas para su escudo. La ínfima función de la muchacha en su época era una función arcaica que renace cada vez que se funda un pueblo, su historia formó con esfuerzo el espíritu de una ciudad. No se podría saber qué reinado representaba en la nueva colonia porque su trabajo era demasiado corto y casi inexplorable; todo lo que ella veía era «algo». En ella y en un caballo la impresión era la expresión. En realidad una función bien tosca: ella indicaba el nombre íntimo de las cosas, ella, los caballos y algunos otros; y más tarde las cosas serían miradas con ese nombre. La realidad necesitaba de la muchacha para tener una forma. «Lo que se ve» era su única vida interior; y lo que veía se convirtió en su vaga historia. Que si le fuese revelada solo le daría el recuerdo de un pensamiento antes de quedarse dormida. A pesar de no poderse reconocer en la revelación de su vida secreta, ella la guiaba; la conocía indirectamente como la planta se sentiría tocada si hiriesen su raíz. Estaba en su pequeño destino insustituible pasar por la grandeza de espíritu como por un peligro y después decaer en la riqueza de una edad de oro y oscuridad, y después perderse de vista; fue lo que sucedió con S. Geraldo.