Algunos se aferraban a las palabras sueltas para llenar el vacío mientras el lenguaje se desmoronaba; pero, sin la estructura de las frases, parecían locos, como un sintecho que vivió un tiempo en la esquina de mi edificio y que iba por ahí con un trozo de tubería diciéndole al primero que encontraba por la calle: «¿Dónde instalar? ¿Dónde instalar?». Aparte de esto, los tratantes de palabras ni siquiera articulaban frases, se limitaban a alargar cada sílaba agresiva, agraviada o esperanzadamente.