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Joanna Walsh

Mundos del fin de la palabra

  • Pablociteerde uit7 dagen geleden
    En cuanto hay algo que hacer, ese algo requiere algo más con lo que hacerlo.
  • Pablociteerde uit7 dagen geleden
    «Imagina que veo una bici –dijo T. citando al filósofo John Searle–. En semejante situación perceptiva cabe distinguir entre el objeto percibido y el acto de percepción. Si elimino la percepción, me quedo con la bici; si elimino la bici, me quedo con una percepción que carece de objeto, por ejemplo, una alucinación.»
  • Pablociteerde uit7 dagen geleden
    «Lleva siempre un juego de herramientas.

    Gira a la izquierda todo cuanto sea posible.

    Nunca utilices el freno delantero primero.»

    flann o’brien, El tercer policía
  • Pablociteerde uit7 dagen geleden
    Me interesa lo fallido, como a todo el mundo, porque creo que es en lo que estamos. Nos fallaron las palabras hace un tiempo. ¿Qué será lo siguiente que nos falle?
  • Pablociteerde uit7 dagen geleden
    ¿Crees que nos hemos embrutecido a nosotros mismos?
  • Pablociteerde uit7 dagen geleden
    ¿Qué hicimos, pues, con el espacio de nuestras mentes que constantemente había estado procesando lo que leíamos?
  • Pablociteerde uit7 dagen geleden
    Algunos se aferraban a las palabras sueltas para llenar el vacío mientras el lenguaje se desmoronaba; pero, sin la estructura de las frases, parecían locos, como un sintecho que vivió un tiempo en la esquina de mi edificio y que iba por ahí con un trozo de tubería diciéndole al primero que encontraba por la calle: «¿Dónde instalar? ¿Dónde instalar?». Aparte de esto, los tratantes de palabras ni siquiera articulaban frases, se limitaban a alargar cada sílaba agresiva, agraviada o esperanzadamente.
  • Pablociteerde uit7 dagen geleden
    uesto que lo privado era lo político, esto se extendió a la vida doméstica. Se denunciaron menos riñas violentas.
  • Pablociteerde uit7 dagen geleden
    Ahora no tenemos dichos, sólo hechos, pero nunca «una palabra de acción».
  • Pablociteerde uit7 dagen geleden
    Era más que una barrera lingüística. Los dos ha­blábamos como un libro y nos entendíamos, al menos eso es lo que yo pensaba, pero eras sólo tú quien de veras tenía don de palabra. A veces ponías tus palabras en mi boca para acto seguido quitármelas. Nunca te mordías la lengua, nunca hacías que algo fuera más fácil de digerir, y las palabras que salían de tu boca para describirme rara vez eran elogiosas. Dejaban un regusto amargo. En cuanto a las mías, las torcías y las desfigurabas hasta dejarme a la altura de ellas: una inútil para todo o para decir nada. Dejé de contestar, y así es como te gustaba. Me dijiste que preferías que tus novias fueran calladas. Te empollabas pequeños anuncios: ¡aumente sus facultades lingüísticas! El problema era que tú mismo desconocías tus propias facultades.
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