El último día de un condenado a muerte. Claude Geaux

pede claudo[20], como puede observarse

Siempre ocurre lo mismo: no hay popularidad sin descrédito; el amor de los esclavos lleva siempre al reverso el odio de los amos.

La prisión es una especie de ser horroroso, entero, indivisible, mitad edificio y mitad hombre. Yo soy su presa; ella me cobija y me tiene abrazado entre todos sus pliegues. Me encierra en sus murallas de granito, me encadena con sus cerrojos de hierro y me vigila con sus ojos de carcelero.

Visto de lejos, este edificio tiene cierta majestuosidad. Se alza en el horizonte, delante de una colina, y a distancia conserva algo de su antiguo esplendor, un aire de palacio real. Pero a medida que nos acercamos, el palacio se convierte en caserón en ruinas. Sus aguilones deteriorados hieren la vista. Hay un no sé qué vergonzoso y empobrecido que ensucia esas regias fachadas; se diría que las paredes tienen la lepra. Ya no hay vidrieras ni cristales en las ventanas, sino macizos barrotes de hierro entrecruzados, y por aquí o por allá puede verse pegado en ellos el rostro macilento de un presidiario o de un loco...

Es la vida vista de cerca.

os hombres –recuerdo haber leído en no sé qué libro[1] que lo único bueno que tenía era esto– están todos condenados a muerte con un aplazamiento indefinido de la pena». Así que no ha cambiado tanto mi situación.