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Massimo Recalcati

Retén el beso

  • Itzel Casaña Floresciteerde uitvorige maand
    . El resultado es una sumisión al hombre que fomenta el sufrimiento y, junto con ello, un sentimiento frustrante de dependencia. El resultado consiste en entregar la propia vida a unas manos sádicas que, en lugar de alimentar el amor, lo matan:
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    Existen mujeres que se acostumbran a la violencia porque frente al problema, vivido como irresoluble, de su identidad femenina –«¿Qué significa ser mujer?»– tienden a hacer del hombre –que en realidad no sabe nada en absoluto del misterio de la mujer– su amo sádico, confiando así en manos del hombre la responsabilidad de resolver ese problema
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    La afirmación «son todas unas putas» es, en efecto, la forma común con la que estos tratan de blindar el goce femenino.
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    ». Ante la carencia de fondo de este goce, todo hombre experimenta un sentimiento de insuficiencia e impotencia. Para preservar su propia potencia y exorcizar el abismo del goce femenino –que no solo asusta a los hombres, sino también a las mujeres–, los hombres pueden identificar a la mujer con la puta
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    Este goce es anárquico, desmesurado, sin límite; el orgasmo no lo apaga, sino que puede reavivarlo; es un goce que Freud llega a describir como «oceánico
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    El goce femenino se sustrae a la monarquía del falo para dispersarse por toda la superficie del cuerpo.
  • Itzel Casaña Floresciteerde uitvorige maand
    El goce del hombre está hegemonizado por la monarquía del falo; es un goce evidente, externo, delimitado por el orgasmo y la posterior detumescencia del órgano. Su engranaje es de tipo hidráulico. El goce femenino, en cambio, no es evidente –una mujer, a diferencia de un hombre, puede mentir acerca de su orgasmo y de su placer–, no está colonizado por el falo, no responde en absoluto a una mecánica hidráulica
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    Con el añadido de que una de las manifestaciones de la libertad de la mujer atañe precisamente al goce de su cuerpo. Se da, en efecto, una neta divergencia entre la forma femenina de gozar y la forma masculina de gozar.
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    Por esta razón, el hombre tiende a menudo a presentarse perversamente como educador de la mujer en la obediencia. El hombre violento oculta siempre un pedagogo sádico: aspira a explicar a la mujer cómo amar y cómo el amor coincide con la abnegación de sí misma, con su propia esclavitud.
  • Itzel Casaña Floresciteerde uitvorige maand
    Pero si una mujer no sabe contestar a esa pregunta, qué vamos a decir de un hombre... Algunas mujeres pueden caer en la trampa de ver en los hombres una brújula infalible que sepa guiarlas hacia su ser mujer. Se trata de una ilusión muy peligrosa que puede implicar una inclinación masoquista hacia el hombre-amo: sufrir la violencia para obtener respuesta a la pregunta: «¿Qué significa ser mujer?». Buscar en el hombre la senda para orientar su propia libertad sin padecer angustia por ello –«¿Cómo puedo convertirme en una mujer de verdad?»– hasta el extremo de convertirse en objeto (masoquista) de la violencia masculina. Encarnar el objeto fetichista del fantasma masculino, complaciendo, como la perra de Hitler, todas sus voluntades.
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