No me sirve, en el apremio de un genocidio, repetir que la literatura es una de las modulaciones de lo político, acaso la más libertaria, porque ejerce sus funciones por fuera de toda institución y contra ella. Que habita la zona tambaleante de las ideologías. Que no puede comprometerse más que consigo misma, eso escribo, escribo, se me van borrando las huellas de los dedos o las voy dejando junto con mi apellido en la superficie del teclado, y sé que estoy esquivando todavía una respuesta aunque estoy intentándola pero mueren mujeres y revientan niños y viejos y hombres en Gaza convencidos de que deben luchar por su libertad, es decir, por su vida. ¿Qué debería estar haciendo alguien que escribe con esas palabras que portan la consigna de una cierta destrucción?