“Aquí estoy. ¿Para qué me llamasteis?” Y el sacristán y la sacristana le hubieran respondido, naturalmente: “Te llamamos para que te quemaras los dedos en los cazos y los ojos en la costura, para comer mal, o no comer, para que andes de un lado para otro, en la brega, enfermando y sanando, con el fin de volver a enfermar y sanar otra vez, triste ahora, luego desesperada, mañana resignada, pero siempre con las manos en el cazo y los ojos en la costura, hasta acabar un día en el lodo o en el hospital; para eso te llamamos, en un momento de simpatía”.