La ficción del ahorro

Si ahorrar es vivir en otro tiempo, desahorrar es alojarse en un presente radica

Conviene tener siempre un pasado a disposición, un relato habitable y más o menos vanidoso de la propia historia que ayude a sostener la voz para decir, en el instante propicio, ahora.

A todo el mundo le conviene tener un futuro a disposición, algo a la espera, capaz de arrancar en el instante exacto en que se dice ahora porque decir ahora es entregarse —por fin— al azar de las cosas que son.

No son una realidad paralela, sino que forman parte de mí y presionan por imponerse a los gestos de esnobismo urbano y ansia de mundo. No son un lastre. Son un detector de mentiras. Un juez imprudente. Una garantía de regreso al hogar.

realidad es una puja de distintos planos como placas tectónicas que presionan y se superponen en el pensamiento.

Mi madre y mi segundo padre van a recordar lo que en realidad supieron siempre: que la fortuna no llega de la mano del ahorro sino de los golpes de suerte, de los caprichos de la economía que de pronto revaloriza ciertos activos (un terreno, un coche usado) y genera desde afuera el progreso.

Esa ha sido siempre la verdadera alquimia de la clase media argentina: su voluptuosa capacidad para transmutar la energía no en prosperidad, sino en permanencia. Mantenerse

Mantenerse es su modo de avanzar.

Mi madre es para mí una emoción que se cierra en sí misma, una energía infinita y sin metáfora

Pero aquellos australes también habían sentido la vibración del disparo.