Talleyrand

reconocen herederos de Jefferson

George Washington como primer presidente, Hamilton fue nombrado secretario del Tesoro (1789-1795), con la responsabilidad de orientar la política económica y financiera de Estados Unidos: creó una moneda nacional (el dólar, palabra procedente del Taler alemán), un Banco Federal y una Administración tributaria eficaz, y saneó el crédito del nuevo Estado en los mercados internacionales. De religión presbiteriana, Alexander Hamilton es visto por el Partido Republicano actual como su referente ideológico, mientras que los demócratas

allí actuó como líder de los llamados «federalistas centralistas» (con George Washington y John Adams) frente a los «republicanos federalistas» (encabezados por Thomas Jefferson), que representaban el particularismo local y las tendencias democráticas. Logró imponer muchas de sus ideas, desterrando de la política americana la democracia directa propia del radicalismo revolucionario anterior y dando lugar a una república federal y presidencialista, con amplios poderes para el Gobierno central. Ratificada la Constitución y elegido

Hamilton contribuyó a que se reuniera la Convención de Filadelfia, que elaboró la Constitución de los Estados Unidos de América (1787) vigente en nuestros

que, con el paso del tiempo, daría lugar a una comedia musical de éxito, era un joven abogado de Nueva York cuando estalló la guerra de Independencia y en 1777 se convirtió en secretario de George Washington, comandante en jefe del ejército insurrecto

Alexander Hamilton (1757-1804), el hombre que tenía a su cargo el tesoro de Estados Unidos. Hamilton

Durante los primeros años de vida del nuevo país, encabezó —junto con James Madison— la corriente política federalista-centralista, partidaria de unir más sólidamente los trece estados confederados para formar una única nación capaz de protagonizar un proceso expansivo

aspecto territorial como en el económico1.

final de su vida, cuando la palabra América salía en la conversación, solía decir: «No me habléis de un país en el que no he encontrado a nadie que no estuviera dispuesto a vender a su perro»

los «crapauds du Marais» (o sea, los «sapos del pantano