Puerto Libre

ya estando del otro lado del río Bravo, todos los amigos terminan convertidos en familia de primer grado aunque nunca antes se hayan visto

hay millones y millones de otras ramas que todavía andan buscando un árbol al que pegarse, donde hacer nido, donde florecer.

—¿Nos extrañabas?

—Tanto que se me olvidó cómo se le tenía que hacer para vivir en esa casa después de que ustedes se regresaron.

Gente que viene y va. Gente como ramas.

Y el mundo, un árbol.

No mojados, no ilegales, no criminales. Solo personas.

Personas que van y vienen como ha sucedido desde que este mundo es mundo.

Cambian los lugares, se modifica el modo en el que son recibidos, progresan los controles para impedir el paso. Lo que no cambia es el eterno movimiento de personas que le permite a este planeta girar como es debido.

Esa Navidad fue de felicidad pura, de esas felicidades que hay que pescar de la colita para que no se vayan, para que no le abran camino a la terrible tristeza que nos estaba esperando unas semanas más adelante, y que se llamaba El Regreso o La Separación: que cada quien le ponga el nombre que mejor le convenga.

En aquel puerto libre de Freeport aprendí que el blanco y el negro no existen, que este mundo es de colores y que mientras más haya, pues mejor.

Yo soy muy miedosa, pero tragona está como número uno en mi lista de adjetivos

Pero hay quien al primer golpe de vista comprende que el verdadero hogar tiene mucho que ver con los afectos y poco con el suelo que se pisa, el techo que se mira en las tardes de ocio y las ventanas que se cubren (o no) con cortinas.