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Silvia Bencivelli

Por qué nos gusta la música

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  • Eleonora Leonetticiteerde uit4 jaar geleden
    Friedrich Nietzsche —gran conocedor de la música, además de pianista y compositor aficionado— escribió:

    ¡Una obra así nos hace perfectos! Al oírla nos convertimos nosotros mismos en una obra de arte […]. ¿Alguien se ha dado cuenta de que la música torna libre el espíritu, da alas al pensamiento? ¿Y que nos volvemos tanto más filósofos cuanto más nos volvemos músicos?1
  • Jorge Gómezciteerde uit7 jaar geleden
    Una observación realmente importante, porque demostraba por primera vez que los mecanismos neuronales que generan las emociones musicales no proceden de zonas del cerebro destinadas al reconocimiento de los sonidos, es decir, de las zonas auditivas, sino de los «sectores» del cerebro que generan emociones de cualquier otro tipo.26
  • Jorge Gómezciteerde uit7 jaar geleden
    Actualmente los principales estudiosos de este campo son Robert Zatorre y Anne Blood, del Instituto Neurológico de Montreal, que publicaron su primer estudio con neuroimágenes en 1999 en Nature Neuroscience. Para evitar caer en los problemas que hemos mencionado, estos dos científicos decidieron partir de las emociones negativas. Tal como contó Zatorre a la revista Nature:
    Los gustos musicales son tan variables que era más fácil diseñar experimentos sobre elementos musicales que nadie soporta (las disonancias) que intentar buscar músicas a las que todos responden de forma positiva.25
  • Jorge Gómezciteerde uit7 jaar geleden
    En un estudio japonés, en cambio, se examinaron las diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a variaciones en los niveles de testosterona y cortisol provocadas por la música. En las situaciones física y psicológicamente estresantes, el cortisol aumenta del mismo modo en los dos sexos, mientras que la testosterona se comporta de forma diferente en condiciones de estrés: en los hombres disminuye, y en las mujeres aumenta. Los investigadores, Hajime Fukui y Masako Yamashita, de la universidad de Nara,21 reclutaron a 88 estudiantes (44 varones y 44 mujeres) y los dividieron en cuatro grupos: el primero tenía que escuchar música únicamente (música japonesa para niños y canciones en inglés), el segundo tenía que ver imágenes violentas escuchando la misma música, el tercero solo veía las imágenes y el último no hacía nada. A todos se les midió el nivel de cortisol y de testosterona en la saliva, antes y después de la prueba. Fukui y Yamashita observaron que la música tiene la capacidad de reducir los niveles de cortisol en ambos sexos, supuestamente porque relaja y es agradable. Así que puede mitigar el efecto estresante de la visión de escenas violentas. Este tipo de respuesta era más o menos previsible. Pero en lo referente a la variación de los niveles de testosterona, se produjo una sorpresa: la hormona respondió a la música exactamente como responde a las situaciones de estrés, es decir, bajó en los varones y aumentó en las mujeres.
    La hipótesis de los dos investigadores es que el descenso de testosterona en los hombres puede estar relacionado con la capacidad de la música para reducir la agresividad: como esta y la competitividad típicas de los varones pueden ser un obstáculo a la serenidad del grupo, todo lo que ayude a frenarlas tiene, sin duda, un gran valor biológico. Esta observación coincide con las hipótesis que reconocen el valor de aglutinante social de la música. Pero no explica gran cosa del efecto sobre la testosterona femenina.
  • Jorge Gómezciteerde uit7 jaar geleden
    La idea de Darwin era que las expresiones del rostro, las gestuales y las vocales, así como la capacidad de leerlas en el prójimo, han sido seleccionadas por la evolución, porque son necesarias para la comunicación entre dos o más individuos de la misma especie. En efecto, algunas expresiones humanas son reconocibles por todos los hombres: cuando antes de un partido de rugby la selección neozelandesa ejecuta su haka, la danza ritual maorí, usa movimientos y expresiones del rostro que saben interpretar incluso los adversarios europeos o americanos. Hasta los ordenadores se pueden configurar para que identifiquen las emociones que afloran en el rostro: en 2002 un grupo de informáticos estadounidenses puso en marcha un sistema capaz de interpretar en la cara de cualquier persona la tristeza, el miedo, la desorientación y la felicidad.
  • Jorge Gómezciteerde uit7 jaar geleden
    En esta óptica, la música que suscita miedo podría activar un mecanismo ancestral de defensa de algo que suponía una amenaza objetiva para la seguridad de nuestros antepasados —como el rugido de un gran depredador o el ruido de la tormenta—, mientras que la música agradable podría recordar sonidos relacionados con algo favorable, por ejemplo los encuentros sociales con otros miembros de nuestra especie.
  • Jorge Gómezciteerde uit7 jaar geleden
    Antes que el grupo de North, Charles Areni y David Kim —de la Universidad James Cook de Australia y de la Universidad de Tecnología de Texas, respectivamente— habían observado ya la misma propensión hacia los vinos caros. Calcularon que quien entra en una bodega donde suena la música de Mozart gasta aproximadamente un 250 por ciento más que quien se encuentra con bodegueros menos influidos por la psicología. El mecanismo se definió como «efecto Château Lafite» en honor a uno de los vinos más caros de la Tierra, y no hace falta necesariamente que se trate de Mozart para que se registre: también funcionan perfectamente Mendelssohn, Brahms, Chopin, Beethoven o cualquier compositor que tenga la capacidad de hacer que el oyente medio se sienta culto e inteligente.9
  • Jorge Gómezciteerde uit7 jaar geleden
    Posteriormente los investigadores de Leicester se dedicaron a esa especie de ser humano que puebla los supermercados, y observó que la música alemana les empuja a acercarse a los estantes donde se encuentra el vino del Rin, mientras que la música francesa les lleva hacia el Beaujolais. La explicación de este fenómeno, no aplicable a vacas y gallinas, tiene que ver con un mecanismo psicológico perfectamente descrito por el que, cuando nos vemos condicionados por un estímulo externo, tendemos a comportarnos de modo coherente con su significado. Así, si la música nos recuerda a Francia, inconscientemente nos vemos tentados a empujar el carrito hacia las botellas de Beaujolais, pero también hacia el paté, el brie y el Sauternes.8
  • Jorge Gómezciteerde uit7 jaar geleden
    El estudio fue obra del Grupo de Investigación sobre Música (Music Research Group) de Leicester, el mismo que en 2001 elaboró una lista de éxitos para vacas: en primer lugar, Everybody hurts, de los REM, seguida de Bridge over Troubled Water, de Simon and Garfunkel, y de la Pastoral de Beethoven, con la que, curiosamente, se obtenía un aumento en la producción de leche de 0,73 litros al día. Al final de la lista quedaría la música de Jamiroquai y de los Supergrass, junto al clásico Back in the USSR de los Beatles.7 Y el mismo equipo observó que las gallinas ponen un número mayor de huevos si escuchan a Pink Floyd en el gallinero.
  • Jorge Gómezciteerde uit7 jaar geleden
    Efectivamente, en un estudio efectuado en 2003 por Adrian North, de la Universidad de Leicester (Inglaterra), se observó que los clientes de un restaurante de lujo eligen los platos más caros del menú si en la sala suena música clásica. Para demostrarlo, los investigadores se pasaron dieciocho días en un restaurante y compararon la caja hecha las noches en que se cenaba al son de la música clásica, de música pop o sin música. El resultado no deja margen a la duda: Mozart puede convencer a los comensales de que pidan una botella de vino más caro o a que decidan no ahorrar en postres de categoría. ¿Por qué? Según North, porque los clientes, al escuchar la música clásica, se sentían personas más refinadas; así, para estar en sintonía con esa imagen que tenían de sí mismos, ante la carta de vinos no reparaban en gastos.6
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