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Charles Bukowski

Cartero

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  • marteciteerde uit9 maanden geleden
    Me llevaron de vuelta a casa y se fueron los dos. Yo abrí la puerta; dije adiós, puse la radio, encontré media pinta de escocés, me la bebí, riéndome, sintiéndome bien, relajado finalmente, libre, quemándome los dedos con apuradas colillas de cigarrillos, hasta que finalmente me fui a la cama, llegué hasta el borde, me tiré, caí, caí sobre el colchón, dormí, dormí, dormí…

    * * *

    Por la mañana era de día y yo seguía vivo.

    Quizás escriba una novela, pensé.

    Y eso hice…
  • marteciteerde uit9 maanden geleden
    No sé quién tenía dinero, pero creo que debía ser él, lo que estaba bien, y yo no paraba de reír y pellizcaba el culo de la chica y sus muslos y la besaba, y a nadie le importaba. Mientras durase el dinero, durabas tú.
  • marteciteerde uit9 maanden geleden
    El hombre me dio un papel más para firmar y entonces me marché de allí.

    Parker dijo:

    —Suerte, viejo —mientras me iba.

    —Gracias, chico —contesté yo.

    No notaba ninguna diferencia. Pero sabía que pronto, como el hombre que sale rápidamente del fondo del mar, sufriría un caso particular de aeroembolismo. Era como los malditos periquitos de Joyce. Después de vivir en una jaula había cogido la puertecilla abierta y salido volando como un disparo hacia el cielo. ¿El cielo?
  • marteciteerde uit9 maanden geleden
    No sé como ocurren las cosas. Tenía que mantener a mi hija, necesitaba algo para beber, pagar el alquiler, zapatos, camisas, calcetines, todas esas cosas. Como cualquier otro, necesitaba un coche, algo de comer, por no hablar de todos los pequeños detalles intangibles.

    Como mujeres.

    O un día en el hipódromo.

    Viviendo al día y sin puerta de salida, ni siquiera pensabas en ello.

    Aparqué en la acera de enfrente del Edificio Federal y esperé a que cambiara el semáforo. Crucé. Empujé la puerta giratoria. Era como si fuera un pedazo de hierro atraído hacia un imán. No podía hacer nada.
  • marteciteerde uit9 maanden geleden
    O bien se consumían o se ponían gordos, anchos, especialmente alrededor del culo y el vientre. Era por el taburete y los mismos movimientos y la misma conversación. Y allí estaba yo, con mareos y dolores en los brazos, cuello, pecho, en todas partes. Dormía todo el día para descansar del trabajo. Los fines de semana tenía que beber para olvidarlo. Había entrado pesando 92 kilos. Ahora pesaba 110. Todo el ejercicio que hacías era mover tu brazo derecho.
  • marteciteerde uit9 maanden geleden
    Eres tan amable. Eso ayuda.

    —Me gustaría ser siempre amable, pero es esa maldita Oficina de Correos…

    —Lo sé, lo sé.

    Estábamos mirando por la ventana.

    —Mira a toda aquella gente allá abajo —dije—. No tienen la menor idea de lo que está ocurriendo aquí arriba. Sólo caminan por la acera. Aun así, es divertido… también ellos una vez nacieron, todos y cada uno de ellos.
  • marteciteerde uit9 maanden geleden
    La vieja era solamente otra criatura solitaria en un mundo al que nada importaba
  • marteciteerde uit9 maanden geleden
    No es nada nuevo hablar de cómo las mujeres descienden sobre los hombres. Piensas que tienes tiempo para tomarte un respiro, levantas la mirada y ya hay otra nueva.
  • marteciteerde uit9 maanden geleden
    6
    Al día siguiente fuimos a recoger sus cosas a un motel. Había un tipejo moreno con una cicatriz en un lado de la nariz. Parecía peligroso.

    —¿Te vas con él? —le preguntó a Mary Lou.

    —Sí.

    —Está bien. Suerte —encendió un cigarrillo.

    —Gracias, Héctor.

    ¿Héctor? ¿Qué puñetera especie de nombre era ése?

    —¿Quieres una cerveza? —me preguntó.

    —Cómo no —dije yo.

    Héctor estaba sentado en el borde de la cama. Fue a la cocina y sacó tres cervezas.

    Era cerveza buena, importada de Alemania. Abrió la botella de Mary Lou, se la sirvió en un vaso. Entonces me preguntó:

    —¿Quieres vaso?

    —No, gracias.

    Me levanté y cogí una botella.

    Nos sentamos a beber la cerveza en silencio.

    Entonces me dijo:

    —¿Eres lo bastante hombre para apartarla de mí?

    —Coño, no sé. Es su elección. Si ella quiere quedarse contigo, se quedará. ¿Por qué no se lo preguntas?

    —Mary Lou, ¿quieres quedarte conmigo?

    —No —dijo ella—, me voy con él.

    Me señaló. Me sentí importante. Me habían quitado tantas mujeres otros hombres, que por una vez sentaba bien que fuera todo lo contrario. Encendí un puro.

    Entonces busqué con la mirada un cenicero. Había uno sobre la cómoda.
  • marteciteerde uit9 maanden geleden
    El océano —dije—, míralo allí fuera, batiendo, moviéndose arriba y abajo. Y debajo de todo eso, los peces, los pobres peces luchando entre si, devorándose entre sí.

    Nosotros somos como esos peces, sólo que estamos aquí arriba. Un mal movimiento y estás acabado. Es bueno ser un campeón. Es bueno conocer tus movimientos.

    Saqué un puro y lo encendí.

    —¿Otra copita, Mary Lou?

    —Cómo no, Hank.
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