Esta es una historia sobre la ignorancia y la intolerancia, acerca de una sociedad colonial que no soportó la existencia de grupos humanos diferentes, de una colonia española, criolla, católica, que se creía civilizada y trató de aniquilar a los indios, aquellos bárbaros o salvajes, esos hombres que deambulaban libremente por los valles y montañas del territorio que los conquistadores ibéricos denominaron provincia de Antioquia. Los indios se defendieron del salvajismo civilizado, hicieron lo que pudieron, vivieron como mejor podían, resistieron hasta el cansancio y terminaron por ser aplastados por el progreso occidental y la fe de un dios lejano. Entraron las huestes de hombres ignorantes, luego los colonos con sus cerdos, vacas y crucifijos; después los comerciantes con sus brocados, bonetes y siempre ávidos de enriquecerse rápidamente. Esta invasión inocua, que los gloriosos antepasados de los antioqueños emprendieron en la segunda mitad del siglo XVI, fue guiada por la intolerancia: el derecho de quien se cree civilizado y capacitado para combatir la barbarie, en nombre de estandartes reales y banderas de santos coronados.