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Ángeles Mastretta

Arráncame La Vida

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  • 🌻citeerde uit2 maanden geleden
    supuesto no le contaba yo nada. El no quería que yo le contara, por eso se ponía a hablarme como a una niña que no debía crecer y terminábamos abrazados mirando los volcanes, agradecidos de tenerlos enfrente y de estar vivos para mirarlos.
  • 🌻citeerde uit2 maanden geleden
    Mira qué fácil es vivir en un país en el que no hay invierno.
  • Debora Salamancaciteerde uit3 maanden geleden
    —Qué obvia eres, Catalina, dan ganas de pegarte.

    —Y tú eres muy disimulado, ¿no?

    —Yo no tengo por qué disimular, yo soy un señor, tú eres una mujer y las mujeres cuando andan de cabras Locas queriéndose coger a todo el que les pone a temblar el ombligo se llaman putas.
  • Debora Salamancaciteerde uit3 maanden geleden
    La cosa era ser bonita, dulce, impecable.
  • Debora Salamancaciteerde uit3 maanden geleden
    Diez minutos antes de que llegaran las visitas quería ponerme a llorar, pero me aguantaba para no correrme el rimel y de remate parecer bruja. Porque así no era la cosa, diría Andrés.
  • Debora Salamancaciteerde uit3 maanden geleden
    Para mucha gente yo era parte de la decoración, alguien a quien se le corren las atenciones que habría que tener con un mueble si de repente se sentara a la mesa y sonriera. Por eso me deprimían las cenas.
  • Debora Salamancaciteerde uit3 maanden geleden
    Me hubiera gustado ser amante de Andrés. Esperarlo metida en batas de seda y zapatillas brillantes, usar el dinero justo para lo que se me antojara, dormir hasta tardísimo en las mañanas, librarme de la Beneficencia Pública y el gesto de primera dame. Además, a las amantes todo el mundo les tiene lástima o cariño, nadie las considera cómplices. En cambio, yo era la cómplice oficial.
  • Debora Salamancaciteerde uit3 maanden geleden
    Me atraían las que le tuvieron cariño, las que incluso le parieron hijos. Las envidiaba porque ellas solo conocían la parte inteligente y simpática de Andrés, estaban siempre arregladas cuando llegaba a verlas, y él no les notó nunca los malos humores ni el aliento en las madrugadas.
  • Debora Salamancaciteerde uit3 maanden geleden
    En la casa grande ellos vivían en un piso y nosotros en otro. Podíamos pasarnos la vida sin verlos. Después de la tarde que vomité, resolví cerrar el capítulo del amor maternal. Se los dejé a Lucina. Que ella los bañara, los vistiera, oyera sus preguntas, los enseñara a rezar y a creer en algo, aunque fuera en la Virgen de Guadalupe. De un día para otro dejé de pasar las tardes con ellos, dejé de pensar en qué merendarían y en cómo entretenerlos. Al principio los extrañé. Llevaba años de estar pegada a sus vidas, habían sido mi pasión, mi entretenimiento. Estaban acostumbrados a irrumpir en mi recámara como si fuera su cuarto de juegos. Me despertaban tempranísimo aunque estuviera desvelada, jugaban con mis collares, se ponían mis zapatos y mis abrigos, vivían trenzados a mi vida. Desde esa noche cerré mi puerta con llave. Cuando llegaron en la mañana los dejé tocar sin contestarles. En la tarde les expliqué que su papá quería tranquilidad en los cuartos de abajo y les pedí que no entraran más.

    Se fueron acostumbrando y yo también.
  • Debora Salamancaciteerde uit3 maanden geleden
    —Tú estás loca, mami. Tiene razón mi papá. Eres una cabra loca —gritaba el niño atrás de mí.
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