Historia de una maestra

Los diez niños del primer día se convirtieron en tres en seguida. «¿Dónde están los otros?», pregunté. «Vendimiando», me contestaron.

Un día me encontré bajo la puerta un recorte de periódico en el que se podía leer:

«La escuela es la gran responsable de la revolución de octubre. Una escuela sin Dios y sin principios morales donde miles de maestros han estado sembrando en el alma de los niños el germen de la rebeldía. Desde estas páginas pedimos una depuración de ese Magisterio que ha corrompido a la infancia y ha envenenado con propaganda subversiva las clases de adultos.»

1935 fue un año gris. De un gris pesado, cargado de amenazas.

Siempre me ha sorprendido la dificultad que el ser humano tiene para soportar las molestias cotidianas y la valentía con que afronta las situaciones excepcionales.

La actitud de Inés zahiriendo a Eloisa: «El voto de las mujeres, ahí está el error. Las mujeres votan lo que les mandan los curas.»

1934 acababa de nacer entre cantos y gritos.

A pesar de que llevábamos poco tiempo viviendo en Los Valles, pudimos percibir la intensidad de los cambios. Sobre todo en la parte alta, aquella zona viva y despierta del pueblo industrial. La parte baja, la de nuestras escuelas, estaba habitada por campesinos y artesanos modestos que vivían pasivamente las fluctuaciones de la política.

La Compañía no tiene interés en ayudar a los hijos de los mineros. Y menos los que no le van a servir para nada. Distinto sería si se tratase de mejorar a un técnico para sacarle más partido…

Ezequiel escuchaba y contestaba pacientemente tratando de vencer el recelo y la ignorancia y el egoísmo de los padres.

El primer día Ezequiel habló a los chicos de la situación de Mateo dentro de la clase, del tiempo perdido por su enfermedad y les pidió ayuda y comprensión para él.