Un viejo gato gris mirando por la ventana

nada… era una felicidad chafa. De mentiras. Como levantar un castillo de arena en el interior de una casa con las ventanas cerradas.

—Póngame también dos muslitos

La calle vacía. La noche quieta. Un único farol encendido. Un edificio de cinco pisos en la colonia Roma. Y un niño de once años sentado sobre una valija frente a la puerta principal, abrazándose a sí mismo, consultando su reloj con frecuencia, pensando que cada decisión implica una renuncia. Persiguiendo una hermosa posibilidad

La calle vacía. La noche quieta. Un único farol encendido. Un edificio de cinco pisos en la colonia Roma. Y un niño de once años sentado sobre una valija frente a la puerta principal, abrazándose a sí mismo, consultando su reloj con frecuencia, pensando que cada decisión implica una renuncia. Persiguiendo una hermosa posibilidad

Es que… —dijo Mario, perfectamente entero— me gustaría que lo leyeras todo.

—No tengo tiempo.

—Por lo menos ve la página treinta y siete.

—No… Tengo… Tiempo.

—La treinta y siete.

—Mario, nunca te he pegado, pero…

Mario no le quitó los ojos de encima, a pesar de que la pierna izquierda le empezaba a brincotear

—¿No es suficiente con que me parta el lomo todos los días, con un demonio? —dijo sin dejar de poner un “OK” al aviso de embargo de las oficinas de un cliente moroso en Sudamérica.

Estoy hablando del tipo de magia que verdaderamente hace que el mundo se vuelva distinto. Se transforme. Sea otro.

Y tiene que ver con cosas que, no por sencillas, son poco prodigiosas

¿seré siquiera la mitad de feliz de lo que es él? ¿Y si no, qué caso tuvo tanta preparación si él es la viva prueba de que nada de eso hace falta para ser feliz? Porque dígame, ¿no es eso lo que persigue todo el mundo? ¿Ser feliz? ¿Por qué no empezar, entonces, de una buena vez? ¿Por qué perseguir logros y títulos y propiedades si se puede ser feliz, verdaderamente feliz, siendo sólo un limpiaparabrisas?

La calle vacía. La noche quieta. Un único farol encendido. Un edificio de cinco pisos en la colonia Roma. Y un niño de once años sentado sobre una valija frente a la puerta principal, abrazándose a sí mismo, consultando su reloj con frecuencia, pensando que cada decisión implica una renuncia. Persiguiendo una hermosa posibilidad.

—¿Qué tamaña tontería es esa? ¿Una pérdida de tiempo? —dijo Raúl, mirando su reloj de pulsera.

—Sí.

—¿Por qué dices eso? ¿No quieres ser alguien en la vida?

—Alguien ya soy.

—Alguien importante, no te pases de listo.

—La importancia es relativa, papá. ¿Importante según qué parámetros?

Nada que ver con hadas y duendes.

Ni con dragones o unicornios.

Estoy hablando del tipo de magia que verdaderamente hace que el mundo se vuelva distinto. Se transforme. Sea otro.

Y tiene que ver con cosas que, no por sencillas, son poco prodigiosas.

Un atardecer justo.

Un roce fortuito.

La imagen de uno mismo capturada en una gota de lluvia…