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Cesar Aira

Yo era una mujer casada

  • Rebeca Rivera Hciteerde uit4 jaar geleden
    is desvaríos, como se ve, crecían alimentándose d
  • Josué Osbourneciteerde uit4 jaar geleden
    Me había sentido presa en el matrimonio, como tantas mujeres, y esa vulgar metáfora de la cárcel, mal digerida en su sentido literal, sin tomar en cuenta el poder de transmutación de la representación, me había hecho creer que el problema estaba en la inmovilidad. ¡Y era al revés!
  • Josué Osbourneciteerde uit4 jaar geleden
    Mi fragilidad se acentuaba. El menor desplazamiento me costaba un esfuerzo insufrible. Ya solo ponerme de pie bastaba para que los bronquios se me desbandaran. La tos me hacía bailotear en todas direcciones y debía apoyarme en la pared para no perder el equilibrio. La desnutrición no ayudaba. Estaba piel y hueso.
  • Josué Osbourneciteerde uit4 jaar geleden
    ¿Qué hacer? Comprendía que no iba a soportar mucho tiempo más el encierro, el péndulo implacable de la Singer y la compañía del monstruo de mi marido, más monstruo que nunca desde que no hablaba ni se movía. Para completar el espanto, se estaba reduciendo, lo que era lógico si se estaba usando a sí mismo como materia prima.
  • Josué Osbourneciteerde uit4 jaar geleden
    El más elemental sentido común me ordenaba evitar ese círculo masoquista del recuerdo de lo malo, que equivale a volver a vivirlo y duplicar el dolor; el dolor debería quedar siempre pegado a la realidad; no bien se despegaba, en alas del pensamiento, y por poca distancia que se alejara (un milímetro), ya tomaba vida propia, se independizaba... Yo les daba la razón pero no podía evitarlo, o quizás sería más justo decir que no quería evitarlo. Porque sentía que si perdía mi vida interior, lo perdía todo.
  • Josué Osbourneciteerde uit4 jaar geleden
    En el viaje, que se me hacía eterno, no tenía más remedio que pensar. Hacía balance de mis penas. Recordaba la última, la anteúltima, me remontaba hasta la primera pero no la encontraba, siempre había una anterior. Buscaba la primera en alguna de las que la habían seguido, por medio de permutaciones y combinaciones. Me preguntaba si habría una mujer más maltratada que yo. No era una pregunta retórica, ni tan fácil de responder. Me daba que pensar, y el pensamiento era a su modo un consuelo, aunque estuviera erizado de espinas envenenadas. Porque para maltratar se necesitan dos. Y yo me sentía sola y única. Sola y única porque no concebía que otra mujer hubiera podido sufrir la clase extraña y retorcida de suplicios que habían recaído sobre mí. Sola aun en el matrimonio, como si todo el matrimonio fuera yo sola.
  • Josué Osbourneciteerde uit4 jaar geleden
    Nacían los días, y seguían naciendo, todo el tiempo, como recuerdos anteriores a los hechos, llenaban el mundo con su inminencia. Había en el proceso una ansiedad inexplicable, una especie de extrañeza. ¿Qué estábamos haciendo ahí? ¿No era demasiado temprano? Se trataba del tiempo, de su cálculo, de sus plazos. Cada uno llegaría a un lugar distinto a una hora distinta, y el amanecer quedaría atrás, en lugares memorables del Gran Buenos Aires.
  • Josué Osbourneciteerde uit4 jaar geleden
    En los amaneceres yo era una más de esas figuras perdidas en un paisaje que regresaba a la vida muerta del trabajo. La aventura comenzaba, con las mismas incertidumbres que habría sentido el gazapo ante los laberintos.
  • Josué Osbourneciteerde uit4 jaar geleden
    Yo estaba viva, y había dos muertos. Era un doble homicidio, y de la más insólita brutalidad y sadismo... agravado por el vínculo. Las frases hechas, los estereotipos del dialecto policial, me ayudaban a ir incorporando los hechos. La policía, justamente... ¿Habría que llamarla?
  • Josué Osbourneciteerde uit4 jaar geleden
    En el fondo de la bolsa estaban las cabezas seccionadas de mi padre y mi madre. Aun cuando las dos cabezas no me daban exactamente la cara, amontonadas sin orden como estaban una sobre otra, los reconocí de inmediato, no sólo porque habían estado en mi pensamiento todo el día sino porque eran inconfundiblemente ellos, con sus canas, sus arrugas, sus viejos rostros fatigados por una larga vida de trabajo y privaciones. El corte en el cuello era bastante limpio, pero no tanto porque nunca puede serlo del todo: acá asomaba, blanco y como prehistórico, un pedazo de tráquea, allá colgaban unas arterias como flecos. Los ojos de ambos estaban abiertos: me pregunté, absurdamente en medio del shock, si correspondía que yo se los cerrara, como deber filial... Por un curioso concurso de circunstancias biográficas, a pesar de mi edad yo nunca había visto un muerto. ¡Qué ocasión para una primera vez!
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