Década de 1880 en Argentina y Chile. La guerra de invasión del país mapuche quedó atrás. Silenciados los cañones y quebradas las últimas lanzas, un puñado de hacendados bonaerenses se repartirán veinte mil leguas de territorio, una superficie similar a la de España. Pronto los puertos de Buenos Aires y Talcahuano se verán abarrotados de inmigrantes europeos en busca también de su tajada. Caravanas de carretas surcan los caminos de Patagonia y Araucanía. El Wallmapu es un hervidero de gente, lenguas y negocios con las tierras, la mayoría bastante poco santos. Las derrotadas jefaturas mapuche enfrentan por su parte una verdadera debacle. Parcialidades completas vagan hacia uno y otro lado de la cordillera escapando de la prisión militar y de la muerte. Extranjeros en su propio suelo, las altas montañas se volverán el refugio de guerreros y familias. Junto con la fundación de pueblos y el avance del ferrocarril también llegan a la Frontera Sur veteranos de guerra, bandoleros y comerciantes de la más diversa calaña. En las últimas décadas del siglo XIX ellos transformarán el otrora independiente país mapuche en un peligroso y violento Far West.