La edad del desconsuelo

Tengo treinta y cinco años y creo que he alcanzado la edad del desconsuelo

Tengo treinta y cinco años y creo que he alcanzado la edad del desconsuelo. Otros llegan antes. Casi nadie llega mucho después. No creo que sea por los años en sí, ni por la desintegración del cuerpo. La mayoría de nuestros cuerpos están mejor cuidados y más atractivos que nunca. Es por lo que sabemos, ahora que –a nuestro pesarhemos dejado de pensar en ello. No es sólo que sepamos que el amor se acaba, que nos roban a los hijos, que nuestros padres mueren sintiendo que sus vidas no han valido la pena.

Su recuerdo me acompañó el resto de la tarde. Lo imaginé saliendo de la clínica al mismo tiempo que yo. Imaginé su forma de andar, de meterse en el coche, de conducir por la calle: impaciente y agresivo, pisando fuerte los pedales, sin separar la mano del claxon. Observé que el desconsuelo le había aflojado las articulaciones, las vértebras. Se había convertido en un hombre capaz de hacer o de decir cualquier cosa, de echar la cabeza hacia atrás o de extender los brazos de una forma que antes habría sido imposible. No se despegaba de mí. Sentí una amarga pena por él toda la tarde. Me pareció que su destino estaba marcado por la fatalidad, al igual que el mío. Al igual que el de todos.

sentí esa espuria sensación de permanencia que acompaña al sosiego cuando es genuino.

Slater nunca había visto nada, ni oído nada, ni sentido nada. Slater no tenía receptores, sólo transmisores. Sólo quería gritar y conducir y beber y tocar su trompeta. Menospreciaba indiscriminadament

Si pudiera volver atrás, lo observaría todo con más atención

Las apariencias no engañan, creo, pero hay que saber mirar

Lo que Dave creía realmente era que un hombre profesional y responsable, propietario de dos casas, con cuatro empleados a su cargo, padre de tres hijas y con un carácter reflexivo crónico debería ser capaz de controlarse a sí mismo. También pensó que su mujer, una profesional responsable, ídem de ídem excepto lo del carácter reflexivo, también tendría que haber sido capaz de controlarse a sí misma

Cada fibra del cuerpo quiere coger a la niña, pero cada célula del cerebro sabe que si la coges, al día siguiente se despertará otra vez y querrá que la cojamos

Rompió a llorar. Yo estaba muy dolido y lleno de rabia. Me pareció que el mayor pecado de su vida era no compartir mi visión del mundo. Pensé: «Puedo aceptar todo lo demás, que esté enamorada de él, que se lo quiera follar, como si se pasan la vida juntos, pero que al menos, por una vez, me dé la razón en algo». Así que dije, más bien, grité:
–Admite que tengo razón. Admite que cada día es peor