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Carolina del Olmo

Dónde está mi tribu

Estás embarazada o quizá tienes ya un bebé entre tus brazos. A lo mejor sólo te estás planteando el tema de la maternidad. Sea como sea, estás hecha un lío, tienes mil preguntas y nadie a quien recurrir. Escoges un libro, luego otro, luego otro más… Tu perplejidad va en aumento: ¿cómo puede ser que coexistan enfoques tan diferentes? ¿Por qué los expertos se contradicen de tal modo? ¿Por qué te hacen sentir tan impotente y por qué, a pesar de todo, sigues necesitando desesperadamente la guía que te ofrecen? Te dicen que para un criar a un niño hace falta toda la tribu, pero… ¿dónde está nuestra tribu? ¿Cuándo y cómo nos hemos quedado tan solos? Tener un hijo es una de las experiencias más comunes de la humanidad, pero estamos peor preparados que nunca para ese trance. Vivimos obstinadamente de espaldas a nuestra propia naturaleza desvalida, tan dependiente de los cuidados de los demás. Y cuando, de pronto, la evidencia de esta vulnerabilidad se hace carne en el cuerpo de nuestros hijos, todo se tambalea. ¿Es nuestro interior emocional el que tiene que hacer todo el trabajo para reacomodar esta experiencia insólita? ¿Es quizá más conocimiento experto lo que nos falta? ¿Podemos poner a nuestros hijos en el centro de nuestras vidas sin exigir que todo cambie? ¿Podemos siquiera entender lo que nos está pasando sin mirar más allá de nuestros cuerpos, más allá de las paredes de nuestros apartamentos? ¿Dónde está mi tribu? se plantea este y otros interrogantes buscando siempre un marco más amplio que el de la familia, o el de la pareja madre-hijo, en el que situar estas cuestiones. Porque cuidar de nuestros hijos podría ser una experiencia mucho más gozosa y, si no lo es, no es por nuestra culpa (pero tampoco por la suya).
254 afgedrukte pagina’s
Auteursrechteigenaar
Bookwire
Oorspronkelijke uitgave
2016
Jaar van uitgave
2016
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Citaten

  • Armando El Guatequeciteerde uit2 jaar geleden
    No se trata de seguir indagando en los factores biológicos o psicológicos –siempre individuales– que hacen de una persona algo así como una buena madre responsiva, sino de imaginar cómo debería ser nuestro entorno para que a todos nos sea posible ser buenas madres. Necesitamos una organización social en la que ser madre no implique salirse del mundo ni hacer equilibrios imposibles; en la que participar activamente en la vida común no signifique mutilar la experiencia maternal ni externalizar el cuidado; en la que todo el mundo entienda y proteja la importancia de los cuidados. Es cierto que hace falta toda la tribu. Una tribu que nos permita ser madres y ser otras muchas cosas más a la vez; que nos permita elegir de verdad y, en el mismo acto, comprometernos. No una sociedad que nos fuerce a decantarnos por opciones igualmente defectuosas y a dar la espalda a lo que son ingredientes irrenunciables de nuestra constitución como personas
  • Armando El Guatequeciteerde uit2 jaar geleden
    Todas las madres con niños pequeños necesitamos sostén, acompañamiento, solidaridad, comprensión y resguardo de otros miembros de nuestra tribu. Pero claro, en el mundo occidental –especialmente en las grandes ciudades– nos hemos quedado sin tribu. Emprendemos la búsqueda solicitando apoyo y lo que encontramos más cerca es al señor que duerme en nuestra cama, que en la mayoría de los casos ha sido nombrado padre oficial del niño. Llamativamente suponemos entonces que toda la compañía, el cobijo, la ayuda, la disponibilidad y la empatía que una tribu entera nos hubiera prodigado, ahora debería provenir de una sola persona: el padre del niño. Tomemos en cuenta que una cosa es la inmensa necesidad de ser amparadas frente a la desesperación, la locura y las vivencias confusas que estamos experimentando desde el nacimiento de nuestros hijos, y otra es lo que un solo individuo puede ofrecer, reemplazando los roles de muchos. Cuando no vislumbramos nuestra realidad en forma global, creemos que las cosas se solucionarían si el varón regresara más temprano a casa, si cambiara los pañales de vez en cuando o si ganara más dinero. Es tiempo de admitir que somos solo dos personas –nada más que dos– y que tanto las madres como los padres estamos demasiado solos en la compleja tarea de acunar a nuestros hijos[5]
  • Nathalyciteerde uitvorig jaar
    Tal vez no sea el primer paso de una revolución, pero sí es, al menos, un movimiento de resistencia.

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