Mujeres De Ojos Grandes

para darle un beso de los que regalan las mujeres enamoradas porque ya no les caben bajo la ropa.

—No quiero humillarme.
—El humillado va a ser él. Si no todo es tan fácil como sembrar palabras y largarse.

Hipnotizada por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas. Perderlo fue una pena larga como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno.

Lo quiso convencida de que Dios puede andar entre mortales, entregada hasta las uñas a los deseos y ocurrencias de un tipo que nunca llegó para quedarse y jamás entendió uno solo de todos los poemas que Daniela quiso leerle para explicar su amor.

—Estoy loca —se decía, usando el calificativo que usó siempre para descalificar a quienes no estaban de acuerdo con ella. Y es que ella no estaba de acuerdo con ella. ¿A quién se le ocurría enamorarse? ¡Qué insensatez! Sin embargo se dejaba ir por el precipicio insensato de necesitar a alguien.

Era correcto como el mediodía o desatado como el mar en la noche. Tenía un sonrisa blanca y cautivadora que casi nunca hacía juego con sus ojos. Los ojos los ponía en otra parte, porque estaban pensando en otras cosas. Sólo de vez en cuando se unían a la claridad de su gesto y entonces era irresistible.

—¡Qué escándalo! Te vas quince años y quieres regresar en dos minutos —

Tengo la paz, ya no quiero la magia.

Pensó que su amiga era preciosa y se lo dijo. Se lo dijo por si no lo había oído suficiente, por las veces en que lo había dudado y porque era cierto. Después se acomodó en el sillón, agradecida porque las mujeres tienen el privilegio de elogiarse sin escandalizar.

No creo imposible deshacerme de mi deseo por ti, alguna vez hay que despertar de los sueños.