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Boeken
Edith Wharton

La edad de la inocencia

  • Daniela Ospinaciteerde uit7 jaar geleden
    Lo abrió, y se encontró inmerso en una atmósfera distinta a cualquiera otra que hubiera respirado en un libro; tan cálida, tan rica, y sin embargo tan inefablemente tierna, que daba una nueva y obsesionante belleza a la más elemental de las pasiones humanas.
  • Daniela Ospinaciteerde uit7 jaar geleden
    ¡La verdadera soledad es vivir entre esta bondadosa gente que sólo invita a alguien para lucirse!
  • Daniela Ospinaciteerde uit7 jaar geleden
    Era su vieja e interminable discusión sobre la obstinada resistencia de los "inteligentes" a frecuentar a los elegantes, y ambos sabían que era inútil prolongarla.
  • Daniela Ospinaciteerde uit3 jaar geleden
    Quiero... quiero de algún modo irme contigo a un mundo donde palabras como esa... categorías como esa... no existan. Donde seamos simplemente dos seres humanos que se aman, que son la vida entera el uno para el otro; y donde nada más en la tierra importe.
  • b1350043971citeerde uit3 jaar geleden
    Su corazón latía temeroso: sintió que nunca antes había contemplado el amor de manera visible.
  • Daniela Ospinaciteerde uit7 jaar geleden
    ¡Ah, no, no quería que May tuviera aquella clase de inocencia, la inocencia que vende la mente contra la imaginación y el corazón contra la experiencia!
  • Daniela Ospinaciteerde uit7 jaar geleden
    una vez más tuvo conciencia del curioso modo con que ella revertía sus valores
  • Daniela Ospinaciteerde uit7 jaar geleden
    "¿No seremos más que unos fariseos, al final de cuentas?" se preguntó, desconcertado en su esfuerzo de reconciliar su instintivo disgusto por la vileza humana con su igualmente instintiva piedad por la fragilidad humana.
  • Josefa Cejaciteerde uitvorig jaar
    pero aquí tiene mi tarjeta
  • b7415390172citeerde uitvorig jaar
    pequeña e incómoda, lo que alejaba a los "nuevos ricos" a quienes Nueva York empezaba a temer, aunque, al mismo tiempo, le simpatizaban. Por su parte, los sentimentales se aferraban a la Academia por sus reminiscencias históricas, y a su vez los melómanos la adoraban por su excelente acústica, una cualidad tan problemática en salas construidas para escuchar música.
    Madame Nilsson debutaba allí ese invierno, y lo que la prensa acostumbraba a llamar "un público excepcionalmente conocedor" había acudido a escucharla, atravesando las calles resbaladizas y llenas de nieve en berlinas particulares, espaciosos landós familiares, o en el humilde pero práctico coupé Brown. Ir a la ópera en este último vehículo er
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