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Boeken
Cristian De Nápoli

En las bateas expuestas. Crónicas del amor y el hartazgo con los libros

  • Josué Osbourneciteerde uit3 jaar geleden
    Hay que abrir el pasado y aprender de vuelta a contar algo
  • Josué Osbourneciteerde uit3 jaar geleden
    Las redes sociales nos invitan a abusar del proyecto (levantero, profesional, incluso político) y de la proyección (psicológica y punto), y huyendo para adelante vamos perdiendo la habilidad de contar lo que pasó y cómo. La red se llena de escritores que no saben narrar
  • Josué Osbourneciteerde uit3 jaar geleden
    La muerte de Juan Gelman me llevó a estos pensamientos. Porque algo sí pasa en las redes: muere alguien que se admira, y ahí relatamos. Porque el corazón de los adolescentes, escribió Harold Bloom, es un cementerio de artistas muertos –y el de los adultos también. Entonces llega el Relato que hacía falta: y es muy malo. Es un relato pobre, que muestra el núcleo del evento (“el día que mi hermana me regaló un libro de Gelman”) y el resto es apelar a la emoción. ¿Y qué más? ¿Qué pasó? ¿Después de tu hermana a quién se lo mostraste? ¿Dónde estabas? ¿Qué pensabas? ¿Con qué conectaste? Silencio. Solo emoción. Desastre. Debe haber excepciones
  • Josué Osbourneciteerde uit3 jaar geleden
    Hacen falta vendedores de pasado, no solo de futuro, en las redes. Aunque le pongan ficción a lo que cuentan
  • Josué Osbourneciteerde uit3 jaar geleden
    Las redes sociales le dan la espalda al pasado, a la experiencia. De Twitter ni hablo, si ni caracteres tiene, ese refugio de la cultura irónica. Las redes abusan del futuro: lo que seguramente haré, lo que probablemente haré, lo que posiblemente haré, lo que quizás en el fondo nunca haga. Todo se volvió declaración de intenciones. Es el lugar que elegimos para mostrar proyectos o para proyectar, que no es lo mismo. Todo para adelante, manga de vagos
  • Josué Osbourneciteerde uit3 jaar geleden
    En Argentina, la batería de ideas y consignas del surrealismo fue aprovechada a escala industrial, como se dijo al principio, por publicistas, diseñadores y hasta arquitectos, pero también por artistas: poetas como Oliverio Girondo (gran publicitario él también, que supo agotar tiradas de sus libros con vedettes que los ofrecían en calle Florida) y sobre todo cantautores del rock nacional. Ese rock que modificó la estructura sentimental argentina y que fue, a su modo, el otro “hecho maldito del país burgués”, internalizó al movimiento a través de Spinetta y Pescado Rabioso. El disco Artaud tiene su punto muy comentado de escritura automática criolla, la canción “Por”, y otros pasajes con proliferación de imágenes inconexas: “Vi tantos monos, nidos, platos de café”. Este último recurso, que los estudiosos llaman enumeración caótica, tampoco es que es un elemento que uno diga típico del surrealismo, y fue curtido antes y después por escritores que nada que ver, como Borges. La enumeración caótica y su hermana la clasificación absurda son, por lo demás, un rasgo que se manifiesta en todas partes: hoy puede vérsela en un negocio de ropas del Once en Avenida Rivadavia al 3000 que tiene este bello cartel: “HOMBRES – MUJERES – NIÑOS – ROMPEVIENTOS”.
  • Josué Osbourneciteerde uit3 jaar geleden
    La detección temprana de ese tipo de aporías fue lo que fracturó al surrealismo: de un lado quedaron los que, como André Breton, vieron que la revolución necesitaba el cuerpo y no solo la escritura (esta última siempre es refuncionalizable al servicio de casi cualquier cosa); del otro lado, los que, quizás, solo querían divertirse. Lo mismo pasó con los pintores aliados: si el cubismo ya tenía en sus orígenes una cierta disponibilidad, conciente o no, para funcar de auxiliar en emprendimientos de mercado (¿qué tenían los cubistas con Le Figaro?, ¿por qué en sus collages siempre pegaban un pedacito de ese diario?), tras la fractura cada pintor se puso de un lado o del otro
  • Josué Osbourneciteerde uit3 jaar geleden
    Los jóvenes son la tribu, por eso viven su expresión sin drama, salvo que por alguna razón estén lejos de la tribu. Ahí sí pueden volverse un poco como buzos socorristas exagerados, rescatando más de la cuenta y trayendo a cada rato a la superficie hermosos zapatos del siglo XX. No sé si el exilio duele tanto en el alma como en el habla
  • Josué Osbourneciteerde uit3 jaar geleden
    Quiero al Bolaño mexicano, el que nació mientras su autor comprendía que ya nunca iba a volver a ser parte de México. El Bolaño de Amuleto y Los detectives salvajes, ese. El que escribió la oda a lo que amó, a lo que sintió que abría un espacio para él, a lo que lo abrazaba. La oda a los proyectos, las derivas urbanas, las tortas de jamón y queso comidas al paso, las conversaciones gloriosas, las vanguardias de cantina. La oda a los amigos, a los amores, a los chicos y las chicas despertando en casas de alguien, de cualquiera del grupo, no importa quién. Una oda sin tristeza, sin elegía, como un recuerdo tan sagrado que no admite nostalgia y se proyecta en el tiempo: una doctrina. Los detectives salvajes es el Bhagavad Gita de mi generación.
  • Josué Osbourneciteerde uit3 jaar geleden
    Si uno fuera japonés, podría leer los libros de Roberto Bolaño a distancia, igual que un panameño que lee, por ejemplo, los libros de Murakami. Entonces quizás Amuleto, que para mí es la mejor novela del chileno, sería, desde esa óptica de un lector que apenas salió de Japón, no digo un texto críptico o misterioso –la literatura de Bolaño no tiene misterio– pero sí una cosa densa, ampulosa, redundante, sobre todo eso, redundante y manijera, como atascada en su ilusión de latinoamericanidad. En cambio La senda de los elefantes, retitulada Monsieur Pain, y que a mí me parece un libro soso, tan perfecta, tan desgraciadamente bien armadito, podría resultarme un encanto: saldría de su lectura sintiendo que pasé un buen rato gracias a un buen escritor universal. Pero uno no puede ser japonés, al menos cuando lee
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