Rivka Galchen

Decido que ella (y no yo) encarna el mal en el mundo que obliga a las mujeres a preocuparse por su peso, saber de cosméticos y aspirar a convertirse en musas tontas de selectos productos de lujo

Se podría decir que la mayoría de los bebés en la literatura, cuando aparecen más de una vez, tienden a ser catalizadores de decadencia o desesperanza, como de seguro a veces lo son en la vida real (aunque la literatura es siempre sólo un espejo convexo, y ni siquiera uno convexo normal, más bien una cuchara especialmente vieja y sin pulir (y sin duda de plata)).

¿Qué clase de droga es un bebé?
Muchos días pienso en ella como si fuera una droga. ¿Pero qué tipo de droga? Un día decido que es un opiáceo: me llena de un profundo bienestar, una sensación no vinculada con ningún logro o atributo, y esta sensación de bienestar es tan tóxica que estoy dispuesta a permitir que mi vida se derrumbe por completo con tal de que ese sentimiento persista. Otro día, la bebé me recuerda la prevalencia de un conjunto muy distinto de neurotransmisores. Pienso en la madre de unas gemelas que me dijo que sí, que amaba a las niñas, pero que una tarde se había sorprendido a sí misma pensando comprensivamente en la mujer que ahogó a sus cinco hijos, y ella, mi amiga, después de eso decidió pedir ayuda. Llamó a su madre. Su madre le dijo: “El bebé humano es inútil, el bebé humano es como ningún otro animal, los animales al menos pueden caminar, mientras que el bebé humano es una nada”.

por más perdida que estuviera en el tiempo, la acumulación de mañanas no cesaría de producir su predecible melancolía.

Apareció como un animal, un mono del viejo mundo recién descubierto, pero uno con el que podía comunicarme profundamente: era un sentimiento inquietante, tóxico, contra natura. Un sentimiento como de magia negra. Casi nunca nos separábamos.

Siempre es la primera en notar la luna.

Siempre es la primera en notar la luna.

Siempre es la primera en notar la luna.

Los niños están embarazados de sí mismos.

, los niños de cristal se la pasan mal porque creen que pueden cambiar a la gente y por lo tanto cambiar el mundo. Los niños arcoíris, al contrario, creen que la gente no cambia, que sólo puede ser amada como realmente es, por eso se frustran menos que los niños de cristal.