cuerpo se había
convertido en algo como la roca en vez de piel, endurecida y sin encanto. Yo
mismo, me había congelado —mi personalidad, lo que me agradaba, lo que no,
mis modos y mis deseos— todos se habían congelado.
Fue lo mismo para los demás. Todos estábamos congelados. Piedras vivientes.
Cuando el cambio nos llegaba, nos era permanente. Lo vi pasar con Carlisle, y
una década después con Rosalie. El amor los había cambiado de manera eterna.
Una manera que nunca se desvanecía. Más de ocho décadas habían pasado
desde que Carlisle encontró a Esme, y todavía se miraban con la incrédula
mirada del primer amor. Siempre había sido así para ellos.
Siempre sería así para mí ahora. Siempre amaré a esta frágil chica humana,
por el resto de mi ilimitada existencia.
Miré fijamente la cara inconciente de la chica, sintiendo este amor por ella en